Inversores chinos compran una iglesia en Bilbao, esa es la noticia. Si hubiera sido en otro lugar habría sorprendido menos, pero en Bilbao se antoja un imposible: una catedral, dos dioses, el Vaticano mismo, cualquier cosa antes que esa infame transacción impropia de ese cosmos de abundancia.
El noticiario nos ha mostrado a un grupo de operarios retirando las losas de un rocoso retablo sobre el que descansaba la pulida imagen de Cristo Rey, así se llamaba la parroquia. Los vasos de consagrar y demás menaje eucarístico ya había sido retirado, suponemos que a sagrado.
Mil metros cuadrados de iglesia de planta baja que al parecer endeudaban al obispado; menesteroso ente que no ha tenido más remedio que ponerlo a la venta para sanear sus terrenales arcas.
El libre mercado ha llegado a una fe rendida al capitalismo salvaje porque no parece justo, ni civilizado, poner a dios de patitas en la calle por un puñado de míseras monedas, las que han pagado los chinos para el comercio de una intendencia, a la que de verdad le tenemos fe, la que impone el monedero, porque a la hora de comprar algún utensilio nos pasamos sí o sí por el chino para comprobar algo que sabemos de antemano que lo vamos a encontrar más barato. Porque en China ordena el comunismo y dispone el capitalismo y así no hay dios que compita con ellos: ni volviéndonos chinos. Quizá sea por eso por lo que no parece prudente apearse tan a las bravas de lo divino.