El dolor por la muerte del héroe futbolístico argentino Diego Armando Maradona se ha convertido en el último exceso de una sociedad global, gravemente dañada por la pandemia, y que ha encontrado una vía de escape a la emotividad y los miedos que genera la incertidumbre.
Solo desde ese punto de vista puede explicarse que los periódicos, a nivel mundial, las emisoras de radio y las televisiones dedicaran horas y horas de programación y páginas y páginas a glosar la figura de alguien cuyo único mérito fue dar magistrales patadas a un balón.
Todo eso, sin escatimar el relato de sus flaquezas y adicciones, explicando, de forma matizada que no supo sobrellevar el éxito y el dinero que le entró a raudales cuando era demasiado joven. No se ha dicho, sin embargo, que ha sido esta sociedad, con valores líquidos, la culpable de rodear de gloria a los que generan espectáculo, sean políticos, deportistas o artistas, y no a los que aportan Ciencia, Sabiduría, o Solidaridad.
Los gritos de dolor público de los bonaerenses, el intento de asalto a la Casa Rosada para ver su féretro, la doliente gesticulación de la expresidenta Cristina Kirchner acariciando la camiseta del ídolo --contribuyendo con ello a acrecentar su imagen populista--, describen una sociedad necesitaba de referentes de mayor peso ético.
Es esa misma ciudadanía la que despidió en silencio y con el pequeño homenaje de su ciudad natal, también Buenos Aires, a uno de sus mejores escritores, Ernesto Sábato, premio Cervantes, autor de El Túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador, obras prodigiosas de la literatura universal. Pero, sobre todo, presidente de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, que estudió el horror de las dictaduras militares en Argentina.
El llamado “informe Sábato” describía, bajo el título de “Nunca más”, las torturas y crímenes de Estado cometidos por los militares. Su lenguaje preciso, y el desgarrador relato, fue un aldabonazo en las conciencias. Pero no le supuso honores, ni desgarros, ni su féretro mereció el marco de la Casa Rosada.
No nos engañemos, el desmadre ante la desaparición de Maradona ha sido global. También en Italia, las calles de Nápoles se llenaron de gente doliente que añoraba al líder de un equipo que los llevó a la gloria. Puede, y solo me atrevo a aventurarlo, que la prohibición de asistir a los partidos por el coronavirus, la soledad del hincha frente al televisor, hayan contribuido a esa exaltación desmesurada y universal.
Porque, ¿alguien recuerda un duelo semejante cuando falleció el científico Stephen Hawking? Ni siquiera en su tierra, Gran Bretaña, se le rindieron los honores que ha recibido Maradona. Y, sin embargo, fue una de las mentes mas prodigiosas de nuestro tiempo, que ayudo a cambiar la forma de entender el universo con su “Teoría del todo” en la que unificaba la Relatividad General de Einstein con la Física Cuántica.
Evidentemente, el problema no es Maradona; el problema es esta sociedad del siglo XXI, desnortada y muy necesitada de recuperar valores.