¡Es la geopolítica, estúpido!

Bill Clinton acuñó en su campaña electoral aquella célebre frase “¡es la economía, estúpido!” Un lema que, además de producirle buenos resultados electorales, mostraba el problema de fondo. Pero en geopolítica las cosas no funcionan así, es decir, podemos ver lo que hay en la superficie pero no en el fondo.

Lo que sucede en Bielorrusia es muy parecido a esto último. Es obvio que muchos bielorrusos están cansados de tantos años de permanencia en el poder de Lukashenko y de sus maneras autoritarias y desean un cambio, sobre todo la generación joven. Pero no es menos cierto que esa realidad, como dicen algunos politólogos, está siendo distorsionada y magnificada para otros fines. 

Hay quienes aseguran que Bruselas no persigue allí la democracia, sino un objetivo geopolítico, es decir, poner en Minsk un gobierno pro-europeo y lo más anti-ruso posible, como sucedió en Ucrania en 2014. La diferencia estriba en que ahora el inquilino del Kremlin no está dispuesto a facilitar esa labor. 

Putin, maestro en aprovechar la inercia de sus rivales para inclinar la balanza a su favor, según reconocen hasta sus enemigos, parece que se niega esta vez a aceptar el “manual” ucraniano. Lo demostró a los pocos días de empezar el conflicto llamando a su amigo Macron y a Merkel, advirtiéndoles, al parecer sin florituras diplomáticas, que no consentirá otro maidanazo. 

Algunos dicen que Lukashenko está tan acorralado que ya no puede jugar en dos canchas a la vez como hacía antes, entiéndase, en la rusa y en la occidental; otros aseguran que solo está esperando que las cosas se calmen para volver a las andadas; y los hay que opinan que su destino político está en manos de Putin y que, por lo tanto, lo forzará a acelerar el proceso de integración con Rusia que había quedado estancado por voluntad del presidente bielorruso. 

La realidad es que el comportamiento de la oposición bielorrusa está pavimentándole el camino a Putin, porque en su propuesta electoral estaba, ahora parece que la retiraron, la salida del Tratado de la Unión y también de la alianza militar (OTSC), incluso la prohibición del ruso en las escuelas, sustituyéndolo por el bielorruso; a pesar de que 7 de cada 10 habitantes tienen al ruso como su primera lengua. 
Pero volviendo a las protestas. En últimos días parece que empezaron a desinflarse y la presión europea, aunque Bruselas se haya negado a reconocer a Lukashenko, en cierto modo también. En estos momentos los gobiernos más beligerantes son los de las tres repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania) y Polonia que por cuestiones históricas y políticas son los que más empeñados están en cambiar el poder en Bielorrusia, quizá con la remota esperanza de que algún día puedan repartírsela. 

De todo ello se desprende que este conflicto apesta a geopolítica en todas sus variantes. La UE ni lo disimula. Puesto que quiere enviar 53 millones de euros a los comités de coordinación bielorrusos para financiar huelgas y protestas, alegando que es para apoyar allí la democracia. Y aquí viene rodada una pregunta retórica, ¿qué pasaría si las protestas de los chalecos amarillos en Francia, por poner un ejemplo, hubiesen sido financiadas desde fuera? 

Lo curioso es que todo esto lo sabe bien el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y de Seguridad, el español Josep Borrell. Aunque bien es cierto que a él no le pagan para haga alardes de sinceridad, sino para que lleve a cabo con eficacia y eficiencia su misión. 

Y en geopolítica lo importante es la “misión”. De ahí que los políticos la escondan o la disfracen, jugando siempre a ser inocentes al mismo tiempo que lanzan la piedra y esconden la mano. 

Cualquier analista el tres al cuarto sabe que el tiempo de Lukashenko está llegando a su fin. Estos días se reunió con Putin en Sochi, con lo cual es probable que el ruso le haya preparado una “hoja de ruta” de salida. Aunque tampoco hay certeza de ello.

La única certeza que hay en esta partida de ajedrez es que Bielorrusia es una pieza geopolíticamente apetecible. Por lo tanto, ninguno de los jugadores es inocente, excepto los manifestantes. Y no todos. ¡Ay la geopolítica!

¡Es la geopolítica, estúpido!

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