Tomemos como ejemplo Ferrol y situémonos en la manifestación convocada con motivo de la huelga general del pasado miércoles. Olvidémonos por un momento incluso de las apreciaciones de las centrales sobre el número de participantes en la misma –entre 80.000 y 100.000– y quedémonos exclusivamente con la aportada por la Policía Local –56.000–. Aun así, yendo a mínimos, y excluyendo la concentración por los atentados islamistas de Madrid, se puede considerar la de mayor participación, o al menos de las de más amplio seguimiento, registrada en toda la historia de esta comarca. La cuestión no es ya tanto la participación como el hecho de tratar de encadenar tal grado de rechazo a las medidas del Gobierno central con, sin ir más lejos, los recientes resultados de las elecciones autonómicas. Se abunda en este sentido en el papel en el que están inmersos los sindicatos, un tanto al margen de la crítica, pero no exenta de ella, sobre todo cuando, como indicaba un médico de un conocido centro hospitalario madrileño, su seguimiento a la huelga y su participación en los piquetes informativos estaba más relacionada con la esencia de la protesta que con la convocatoria sindical. En principio, el análisis concluye que al menos una buena parte de quienes se manifestaron, o siguieron la convocatoria de paro general, lo hicieron al margen del papel que las centrales están jugando en la crisis económica y social de este país. La falta de confianza, o de credibilidad, atañe a todos, aunque algunos no se enteren, o no quieran enterarse. Al paso de la manifestación, un joven, con toda probabilidad trabajador –con toda seguridad uno de los recientes desempleados del sector auxiliar de la construcción naval en Ferrol–, cargaba a pleno pulmón contra el comité de empresa de Navantia. Falto sin embargo de quien corease su consigna, persistía en su mensaje, que no era otro que el de quejarse del papel que el comité adoptaba según se tratase de los trabajadores de la empresa principal o de los de las subcontratas. “Lo único que os importa es el cartucho” –ya saben, el tradicional nombre del paquete de Navidad–. La falta de sintonía, o de empatía, fluye por los mismos ríos, solo que unos llegan al mar antes que otros. Pese al pesimismo, o a la crítica –si así se demanda– no se puede caer en la indiferencia, aunque al final sea la suma de cada uno lo que hace un todo. De lo contrario, la distancia, en materia de participación al menos, parece ser la inmediata proporcional y temporal a los resultados electorales. Vamos, casi como el teorema de Pitágoras, salvo que sin el axioma de la esencial constatación.