Resulta que si a uno se le meten en casa unos okupas puede pasarle, primero, que termine en la calle. Después, que no tarde en descubrir que su hogar ha sido arrasado por poco menos de hordas de vándalos. A continuación, como si fuera una especie de broma de mal gusto, que los okupas se vayan de vacaciones a Ibiza y, atención al surrealismo, instalen una alarma para que nadie se haga con la vivienda en su ausencia. Por lo visto, la empresa de seguridad, palabras textuales, “protege a quien le paga”, sea el legítimo propietario del inmueble o no. Un aplauso a esa ética. Y en un giro final de guion, que uno se vea obligado a okupar su propia casa y, al saltar la alarma, acabe detenido por la Policía y pendiente de una justicia que, por lo visto, ampara a los okupas iniciales. El mundo al revés.