El timo del amor es, seguramente, tan antiguo como el amor, solo que ahora se tiende a darle la calificación más severa de estafa. Por la materia tan sensible que usan como cebo (el amor), entre los timadores de ésta modalidad de fraude abundan los psicópatas más o menos integrados, y entre las víctimas, como es natural, los necesitados (y necesitadas, como se diría ahora) de aquello que el truhán o la truhana ofrecen.
Si bien timo y estafa pudieran ser la misma cosa, o el primero una de las variantes de la segunda, no pasa desapercibido un matiz que los diferencia: en tanto que la estafa suele darse entre un sujeto activo (un banco, por ejemplo) y uno pasivo (un preferentista, sin ir más lejos), en el timo se requiere actividad en ambas partes. La del timador, en pos de los bienes de la víctima, y en ésta, en pos de los que cree que aquél tiene, despertando su interés o su codicia. Ahí están los clásicos de la estampita, del tocomocho, del nazareno, o, de gran actualidad al parecer, el no menos clásico del amor.
En Internet, en las redes y en las páginas de contactos, ha encontrado el timador amoroso un campo feraz, adecuado y fácil para sus tropelías, sobre todo en el caso de los timadores masculinos. Estos, emparentados con los tradiconales “gigolós” pero en clave mucho más rastrera, instalan el cebo en Internet mediante el anuncio de sus personas, o, más exactamente, de las personas ficticias, inexistentes, que las víctimas buscan por necesidad de cariño, para sacudirse la soledad, por codicia, o por un cóctel de esos y de otros ingredientes. El timador se anuncia invariablemente, en consecuencia, como joven, guapo y rico, o sea, cachas, piloto, ingeniero o cirujano, pues si a alguien se le ocurriese anunciarse inocentemente como pobre pero trabajador y honrado, nadie respondería a su reclamo.
Ignoro el recorrido judicial, penal, que pueda tener éste timo en el que la víctima entrega algo con la perspectiva de recibir acrecido, material o inmaterialmente, lo que entrega. Media, es cierto, el engaño, pero me temo que por ambas partes, es decir, que el engañador engaña al engañado, y éste también se engaña a sí mismo, pues el cebo, el supuesto mirlo blanco, no puede ser más burdo. La soledad indeseada es muy mala, los timadores del amor son muy malos, e Internet, para éstas cosas, también.