cuando esta pesadilla pase, que pasará, tal vez hayamos aprendido algo: que todo tiene que ser distinto a como era. Para los gobernados y para los gobernantes. Que no podemos seguir estando gobernados así, que hacen falta políticas transversales para salir de las grandes catástrofes. Que es posible un mejor reparto de los fondos públicos y del trabajo. Que no es necesario pasar catorce horas en la oficina tras llegar a ella superando un atasco de otra hora. Que no podemos dar nada por bueno, ni fiarnos de las promesas que nos llegan ‘desde arriba’: no pasa nada, no hay riesgos, manifestémonos que es más importante que una gripe, y un largo etcétera. Cuando esta pesadilla pase, que pasará, quizá hayamos descubierto el valor de seleccionar nuestras lecturas, nuestras músicas. Que un paseo con el perro es un planazo. Que cada metro cuadrado de nuestras viviendas tiene su propia utilidad. Que estar bien informado es algo sustancial y, por tanto, que tenemos que redefinir el papel de las redes sociales y ser más críticos con lo que nos ofrecen como noticias, no vayan a ser meros ‘fakes’. Que mantener el contacto por WhatsApp es algo que puede resultar mucho más importante que el simple intercambio de naderías por matar el rato.
Cuando superemos este mal sueño, que lo superaremos, puede que hayamos asimilado que cosas que nos parecían sustanciales, el porcentaje de votantes a tal partido en el País Vasco o en Galicia, o tomarse en serio a Torra, por ejemplo, no eran, en realidad, algo tan trascendental para nuestras vidas. Que necesitamos que expertos, y no charlatanes, iluminen nuestros pasos en busca de salud y bienestar mental y social.
Cuando hayamos dejado atrás esta locura que seguimos sin comprender, puede que nos decidamos a propiciar nuestra organización local, comunitaria, nacional, europea, mundial, de muy otra manera. Sin caer en nacionalismos ni euroescepticismos, claro. Pero nunca más admirando a quienes se han lucrado de nuestra admiración, y usted y yo sabemos a lo que nos referimos, y somos conscientes, y hasta autocríticos, de muchos silencios culpables. De muchas faltas de coraje.
El día en el que todo esto no sea más que un mal recuerdo, puede que empecemos a ser conscientes de las muchas posibilidades que tiene un balcón para hacer un poco más felices a los de nuestro entorno. Y entonces pondremos en ellos geranios y canciones.
Cuando todo esto haya pasado, si nos comportamos con inteligencia, sentido común y un mínimo de mayor generosidad que hasta el presente, tal vez, tal vez, estemos en situación de sentirnos algo mejores, más fuertes. De dejar un mundo algo mejor a nuestros hijos y nietos.