Uno no deja de sorprenderse de los movimientos que hacen los políticos para seguir en el primer plano de la actualidad. O sea, para seguir absorbiendo protagonismo y robando minutos de gloria ante las cámaras televisivas. Es como una especie de dependencia o adicción que se acrecienta mucho con el paso de los años y cuando ven a un reportero con un micrófono en mano, cámara al hombro o pegada al ojo para captar la mejor imagen digital que poder reproducir después. Aunque no se diga, a los políticos les van muy bien los robados periodísticos -clásicos entre el artisteo televisivo- que dan pie para que se siga hablando de ellos, que es lo que buscan.
El pasado domingo en un recinto repleto de militantes, simpatizantes y curiosos con el partido del puño y la rosa, me sorprendieron algunas parejas políticas que jugaron a captar imágenes de la unidad ficticia de un partido que está bastante fracturado. Dos presidentes de Gobierno, Felipe González y José Luis R. Zapatero, acompañados de sus vicepresidentes, Alfonso Guerra y Alfredo P. Rubalcaba, jugaron periodísticamente a esa ficticia unidad cuando es público y notorio que entre ellos por parejas mandatarias y por separado no se hablan desde hace tiempo. Algo que no es óbice para que se sienten en primera fila, pero perfectamente separados entre sí, saluden al estilo socialista de la rosa, y alguno de ellos, como hizo siempre, con el puño de la mano izquierda cerrado y levantado. Una escenificación perfectamente estudiada. A Guerra y Rubalcaba les fue siempre el teatro profesional, tanto en la Universidad como fuera de ella. Y la política, no lo olvidemos, está demasiado condimentada en base a la teatralidad.
El domingo me acordé de otras muchas parejas extrañas que permanecieron juntas por conveniencia pero cuyas diferencias fueron abismales. Por no cansar citaré a dos ellas: el Gordo (Oliver Hardy) y el Flaco (Stan Laurel), estadounidense y británico, o Tip (Luís Sánchez Polack) y Coll (José Luís Coll), valenciano y conquense.
Se dice que en política se dan extrañas parejas. Y el domingo el dicho se convirtió en una realidad. La realidad socialista del movimiento de masas para salvar un partido que lo fue todo en la gobernabilidad en estas tres largas décadas de democracia, y que ahora le va a costar mucho trabajo renacer de sus propias cenizas. Avivar el poco rescoldo que queda en las brasas seguramente que estará en las manos de Susana Díaz.