González Collado: un pintor vivo

Hace meses escribí, en este mismo periódico, una columna de júbilo y homenaje para el pintor ferrolano, y en buena medida también universal, José González Collado. Y resulta que tuvo ahora la humorada de morirse, creo yo que de fatiga de vivir, del trajín excesivo de la discordia, de cierta velada incomprensión, y desde luego, seguro, de la cotidiana estupidez rampante. 
Le conocía yo de largo en el tiempo, desde que en mi primera infancia avizoraba en silencio, un poco vergonzoso, el bullicio frecuente de la casa de mis vecinos del primero, el piso de abajo, parientes de González Collado por rama materna, en la casa justo al lado de la Cofradía de las Angustias. 
Y fue por ahí, y así, que supe pronto de aquel pintor que voceaba denuestos e improperios, con cierto casticismo de corrala y zumba gallega, asimilando una sonrisa picarona y cierta contrariedad despectiva en un mismo gesto achulapado. Estaba muy a punto de pasearse por Madrid con estos ademanes, y su arte, haciéndose fama enseguida de acuarelista notable, y pintor con exuberancias de marcado futuro. 
Y bien, hasta hoy, dígase ya, González Collado mereció suerte más grande y próspera, tributos mayores a su plástica original, personalísima, a su enorme talento creador, a su singular maestría… Tampoco es nuevo, ese estigma de lo injusto planeando sobre la inteligencia privilegiada en el mundo del arte, de cualquier arte… 
Queda su obra, desde luego, mucha, variada, en suertes plásticas diversas… Ese pintor integral coronado en etapas y variados estilos, evolución de un artista dotado de excelencia, que de ninguna manera necesita firmar sus cuadros para reconocer de inmediato a su autor, y como ya dije en la antecitada columna de hace meses, “con ese cierto desdén de los elegidos”.
Ahora ya puedo contarlo, fui yo quien salvó de la piqueta el magnífico mural que describe la Historia del Vestido en el antiguo establecimiento de Rafael y Vicente, muy a punto de ser escombro y olvido cuando hizo obra en el local una nueva firma comercial, hoy ya también desaparecida. 
Me alegró mucho, claro, poder intervenir, tan decisivamente, en la pervivencia de ese mural, en contribuir a salvaguardar la memoria y la obra de González Collado, que bastantes años más tarde agradeció mi gesto con algún asombro desconcertado porque algo así pudiera llegar a ocurrir. 
Descanse en paz, José González Collado, y memoria fecunda para su pintura.

 

 

González Collado: un pintor vivo

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