Laberinto y espejo

La arquitectura social exige exactos e inexactos equilibrios que doten a las sociedades que soportan de la firmeza suficiente para mantenerlas erguidas y a su vez de la flexibilidad que las hace posibles. El empeño exige la participación de todos los instrumentos de cohesión que el hombre dispone: ciencia, filosofía, sociología, psicología y teología. 

Algunos precisos en su concreción y otros imprecisos. Por esa razón se podría pensar que las sociedades fracasan y con ellas las naciones y con ellas los continentes y con ellas la humanidad por una mala utilización de esos elementos. 

En la apariencia así se aprecia y afirma y, sin embargo, no es así, y así nos lo indica la más elemental lógica. Y es que no puede fallar el elemento creado y no su creador, y todos los enumerados los son en la medida en que todos nacen de la inspiración y creación del hombre. 

Cabe, por tanto, pensar que es el hombre quien falla y con él todo cuanto nace de sus manos y en ellas se concreta. Y la primera fuente de error es la falta de comprensión de esas herramientas a la hora de implementarlas en ellos y en los demás. 

A partir de esa desincronía todo error es posible en la medida que todo cálculo puede ser vulnerado a favor de construcciones que no soportan arquitectura por expreso mandato de su perversa naturaleza. De esa calaña es hoy la ideología, y, aún más, la promesa electoral; laberinto y espejo del verdadero quehacer social.

Laberinto y espejo

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