Además de la polémica sobre las “puertas giratorias” de los políticos que rozan la ilegalidad cuando infunden sospechas sobre la integridad e independencia de los que desde el sector público retornar al sector privado, o se incorporan al mismo en actividades ligadas a sus anteriores atribuciones y competencias, merecen también un comentario, los que podríamos llamar “retiros dorados” de los políticos.
Cuando la política era una vocación de servicio y no una profesión, a los políticos que cesaban se les agradecían los servicios prestados y volvían, normalmente, a sus anteriores trabajos, profesiones o carreras que tuvieran en su vida privada; ahora, a los políticos cesantes se les recoloca en puestos de empresas públicas, de actividades reguladas o de organismos internacionales que, no cabe duda, suponen la mejor indemnización y premio a un retiro más confortable y mejor remunerado.
Realmente, esta costumbre, en la que incurren todos los partidos políticos, con responsabilidades de gobierno, crea lo que podríamos llamar el “ejército político de cesantes”, constituido por los que, desde el sector público, pasan a ocupar nuevos puestos, creados “ad hoc” y totalmente innecesarios. Se les busca acomodo en los aledaños de la Administración como compensación, recompensa o medio de asegurarles “tranquilos cuarteles de invierno” cuando cesan en su actividad política. Cuando esto ocurre, además de no producir ahorro alguno, aumenta el gasto y el tamaño de la Administración de forma indebida e injustificada.
Ante esa situación, el dilema que se plantea es el de saber si tener asegurada la salida favorece la dedicación a la política o si esa medida contribuye al bajo nivel de preparación y competencia de quienes, salvo excepciones, necesitan ejercer como políticos.
Cuando a la política se dedican personas procedentes de cuerpos de élite o del ámbito privado, con sustanciosos ingresos, su dedicación, voluntaria y abnegada al servicio público, supone un sacrificio y una gran vocación para decidirlos a actuar en política; pero, incluso en estos casos, resulta improcedente que se les busque una segunda oportunidad en los aledaños del poder, cuando cesan en sus cargos y responsabilidades públicas. Parece como si la dedicación a la política sólo fuese posible merced al incentivo de un “retiro dorado” o de una “feliz jubilación”. Ambas situaciones desnaturalizan y no contribuyen a la dignidad y prestigio de los políticos.
De acuerdo con lo anterior, no puede extrañarnos que, en algunos casos, el ejercicio del poder se burocratice, se convierta en una profesión y asegure una feliz retirada.