ntes, el domingo se iba a misa de doce; ahora, el sábado se va al centro de comercial de mañana y tarde. Cosas de la vida moderna.
Cuando surgieron los hipermercados, antesala de las superficies comerciales, fueron recibidos con alegría por la mayoría de la gente ya que sentían que se democratizaba el consumo al permitirles el acceso a un mayor abanico de posibilidades por el aumento de la oferta de productos y a unos precios compatibles con su capacidad adquisitiva, mucho más bajos que los abusivos que imponían los comerciantes de entonces.
Con el paso de los años, todo ha ido a peor para el conjunto de los habitantes de las ciudades, ya sean consumidores o comerciantes. Hoy, se vacían de vida los centros históricos de las ciudades al dejar de ser las áreas sobre las que pivota la actividad diaria. Así, no son pocos los centros urbanos conformados por un sinfín de casas vacías o con mayores solos y aislados por falta de accesibilidad a sus inmuebles, de bajos desocupados, sin el agradable bullicio callejero de jóvenes y niños.
En cambio, en la periferia de las ciudades, se desarrollan un conjunto de barrios, incluso ciudades, sin personalidad alguna donde se aglomera la gente facilitado por el menor precio de las viviendas. A su vez, aquellos hipermercados de los ochenta ven como a su alrededor se levantan centros comerciales desmedidos para atraer no solo a la población de las urbes inmediatas que circunvalan, sino también a las que están en una relación espacio tiempo óptimo.
No es un fenómeno que afecte en exclusiva a las grandes ciudades. Es un tema generalizado. Si echamos un vistazo a la provincia de A Coruña, no solo la capital autonómica, la provincial y la departamental están rodeadas de esos nuevos templos del consumo. Sucede, también, en las villas medianas. Un ejemplo, Carballo.
Entresemana, la vida transcurre de casa al trabajo, los que lo tienen. El fin de semana, de casa al centro comercial donde los niños corretean sin mojarse y los papás disfrutan de las rebajas continuas, penúltima puñalada al comercio tradicional. En la desesperación, se llegan a inventar los llamados centros comerciales abiertos en los cascos viejos, remedo imposible de aquellas superficies comerciales.
¿Qué se puede hacer? Claro está que una ciudad o un área urbana por sí sola es incapaz de parar este fenómeno. Requiere del pacto y la planificación del conjunto de una comunidad autónoma, como mínimo, Administración competente en la materia. Pero hay que estar por la labor.
ramonveloso@ramonveloso.com