La contrarrevolución

Recordaba con nostalgia la época en la que el sargento Povedilla, un guardia civil bigotudo, lo había cortejado hasta seducirlo. Povedilla, que poco después ascendió a brigada, lo había engatusado aprovechándose de sus dudas. Él, recién licenciado de la mili y con la carrera universitaria a medias, no sabía qué hacer con su vida. Lo cautivó con sus historias de agente clandestino en el País Vasco. Las incursiones en domicilios de etarras para colocar micrófonos, la instalación de dispositivos de seguimiento en sus coches...  
Una semana fue suficiente para captarlo como informador de los servicios de inteligencia. Su carrera fue meteórica y solo tres después ya trabajaba en la sede central del CNI. Povedilla, en cambio, siguió haciendo la calle. Los despachos no iban con su forma de ser. Cuando sus jefes temieron que estuviese quemado, lo retiraron del País Vasco, pero continuó, y todavía continúa, trabajando a pie de obra. El contacto que ambos mantienen es escaso. Se limita a los casos en los que Povedilla reporta alguna información básica para la sección del CNI especializada en Cataluña, de la que él es ahora responsable. Estaba decidido a solicitar un cambio de destino, pero lo descartó en el momento en el que Mas habló por primera vez de independencia. Sabía que acaba de empezar una etapa de intenso trabajo, que era lo que deseaba.
Había acertado de lleno. Llevaba semanas a pleno rendimiento, preparando la “contrarrevolución”. Le dolían las yemas de los dedos de tanto que había tecleado en el ordenador diseñando el plan para neutralizar el proyecto soberanista. Ya le estaba dando la forma definitiva a la parte que a él le correspondía: la operativa. En esencia, se trataba de una invasión, pero enmascarada. Un convoy de pateras navegaría en paralelo a la costa oriental española hasta alcanzar Palamós. Ese era el lugar escogido para el desembarco. Los ocupantes de las naves no serían desnutridos subsaharianos, sino feroces yihadistas, ávidos de disfrutar de las huríes en el paraíso. En cuanto saltasen a tierra empezarían a sembrar el terror y no dejarían de hacerlo hasta llegar al Maresme. Allí establecerían su cuartel general y lanzarían la ofensiva definitiva, apoyados por los miles de musulmanes africanos que trabajan en el campo. La contrarrevolución desestabilizaría la Generalitat y Mas pediría el reingreso de Cataluña en España. El premio por el triunfo sería un puesto en la nueva guardia mora del rey.
Su problema era que no sabía cómo bautizar la operación, pero estaba seguro de que Povedilla elegiría el nombre perfecto.

La contrarrevolución

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