as elecciones del 10-N muestran, entre otras cosas, que en España la moderación y el equilibrio van dejando paso a versiones radicalizadas de entender la política. En efecto, la demagogia y el populismo siguen avanzando de forma preocupante en amplias capas de la población mientras la incoherencia y el apego descarado a la poltrona hacen acto de presencia de forma completa.
Pues bien, en estos tiempos, precisamente en estos tiempos, es menester seguir insistiendo en las bondades de la moderación y el sentido del equilibrio para el ejercicio de la más noble actividad a la que se puede dedicar el ser humano. Sin moderación no hay equilibrio político. Sólo la moderación no basta, pero la moderación centra las posiciones, aproxima al espacio del centro, hoy con menos presencia que antaño entre nosotros.
La moderación es, entre otras cosas, un ejercicio de relativización de las propias posiciones políticas. Las políticas radicalizadas, extremas, sólo se pueden ejercer desde convicciones que se alejan del ejercicio crítico de la racionalidad, es decir desde el dogmatismo que fácilmente deviene fanatismo, del tipo que sea. Toda acción política es relativa en el marco de los principios en los que descansa el ideario desde la que se realiza. El único absoluto asumible es –repitámoslo- el hombre, cada hombre, cada mujer concretos, y su dignidad. Ahora bien, en qué cosas concretas se traduzcan aquí y ahora tal condición, las exigencias que se deriven de ellas, las concreciones que deban establecerse, dependen en gran medida de ese “aquí y ahora”, que es por su naturaleza misma, variable.
La moderación, lejos de toda exaltación y prepotencia, implica una actitud de prudente distanciamiento asumiendo de la complejidad de lo real y de la limitacióndel conocimiento humano. La complejidad de lo real no es una derivación del progreso humano, de los avances científicos y de la tecnología, por mucha complejidad que hayan añadido a nuestra existencia. Más bien, los avances de todo tipo nos han hecho patente esa complejidad. Los análisis simplistas y reduccionistas se han vuelto a todas luces insuficientes, no sólo para el erudito o el experto, sino para el común de la gente. Justamente los medios de comunicación, el progreso cultural, la información, han permitido a una gran parte de la ciudadanía constatar de modo inmediato, con los medios a su alcance –simplemente con la información diaria que ponen a su disposición la prensa, la radio, la televisión o las nuevas tecnologías-, esa complejidad: la información diaria nos permite a todos percibir intuitivamente la incidencia de los avatares de la bolsa de Wall Street en la vida económica española. Esa complejidad la descubrimos hoy a través de cualquier afición que cultivemos, en el campo deportivo, cultural o recreativo…: Un buen aficionado al fútbol ya no sabe sólo de tácticas o de juego, analiza presupuestos y balances, discute sobre cláusulas contractuales, se familiariza con nociones de sociología, conoce mecanismos de protección del orden público…
Con la actitud de equilibrio me refiero a la atención que los políticos deben dirigir no a un sector, a un segmento de la población, a un grupo –por muy mayoritario que fuese- de ciudadanos. Deben atender, todos sin excepción, salvo que practiquen políticas clientelares u oportunistas, a la realidad social en todas sus dimensiones. Precisamente por eso, entre otras cosas, la moderación en política no es fácil. Se trata de gobernar, de legislar, para todos, contando con los intereses y las necesidades de todos, y también y sobre todo con las de los que no las expresan, por cuanto entre ellos se encuentran posiblemente los que tienen más escasez de medios o menos sensibilidad para sentir como propios los asuntos que son de todos.
Ciertamente una política genuinamente democrática –la política moderada lo es- sólo puede desarrollarse en la medida en que una sociedad alcanza estándares adecuados de seguridad económica y de maduración social. Políticas democráticas en entornos económicamente subdesarrollados, socialmente inmaduros o desequilibrados, culturalmente inertes o convulsos, presentarán necesariamente graves deficiencias y correrán el riesgo de reducirse a puras formalidades que esconderán probablemente la acción de oligarquías más o menos encubiertas.
El equilibrio político, pues, es una exigencia y una condición de la moderación en política y quien ejerce el poder sólo podrá responder a esa exigencia si su tono ético y su inteligencia le permiten sobreponerse a las presiones, y sortear las tensiones –cuando fuere el caso– que el juego de la vida social lleva implícitas. El que ejerce el poder no debe estar comprometido con un segmento, ni con una mayoría por amplia que fuese, sino que lo está con todos, aunque la base social que constituye su soporte serán necesariamente los sectores más dinámicos, activos y creativos del cuerpo social. En España, por el momento, parece que o no se entiende, o se prefiere la poltrona al interés general. Esperemos que así no sea.