Para los socialistas catalanes es más que un inconveniente el empeño de los partidos que van a concurrir en las elecciones catalanas de retrasarlas. Y es que las encuestas al día de hoy auguran un buen resultado para el PSC. El secreto de ese augurio parece que reside en el candidato, Salvador Illa, a la sazón ministro de Sanidad.
Claro que Illa vino para marcharse. Desembarcó en Madrid en el Gobierno Sánchez para ser más conocido y luego poder regresar Cataluña como candidato a la Generalitat.
Como las competencias de Sanidad están transferidas a las Comunidades autónomas nadie esperaba mucho de él salvo eso, que haciendo de ministro le conocieran los votantes. Se trataba de marketing político.
Ahora la posibilidad de que se retrasen los comicios desbarata el castillo de naipes de un posible triunfo de Illa en las urnas.
La política es así, nunca se puede dar nada por seguro. El plan más minuciosamente trazado se deshace como un molinillo de viento. De la misma manera que ni Illa ni nadie podía sospechar que le iba a tocar lidiar con un virus asesino, con una pandemia que ha puesto en jaque al mundo entero tampoco los estrategas del PSC podían prever que el resto de los partidos de repente opten por retrasar los comicios.
En cualquier caso, si las elecciones se celebran en febrero, Salvador Illa se iría en el peor momento. Sin el virus su paso por Sanidad seguramente habría sido irrelevante pero la irrupción del Covid le situó en primer plano teniendo que afrontar los efectos devastadores de la pandemia.
En cuanto a su gestión, pues la verdad es que podía haber sido manifiestamente mejorable. Claro que tampoco es peor que la de sus colegas del resto de Europa.
Así que sin una gestión buena que lo avale la pregunta es ¿y porqué Salvador Illa tiene, al menos en Cataluña, tan buen cartel?
No es que yo tenga la respuesta pero puede que el hecho de ser filósofo le haya marcado el carácter y así durante meses le hemos visto todos los días asomarse en las pantallas de la tele sin descomponer el gesto, sin decir una palabra más alta, esquivando la confrontación e intentando explicar lo inexplicable.
Frente al estilo desinhibido de Fernando Simon, Salvador Illa se muestra serio y circunspecto, sin molestar a nadie.
No es que su gestión haya sido buena, insisto, que no lo ha sido, pero al menos no enfada a los ciudadanos precisamente por su actitud de hombre tranquilo.
Illa es diferente a tantos políticos, incluidos algunos de sus compañeros de Gobierno, que se hacen un nombre en política a cuenta de comportarse como “bronquistas” profesionales, y que buscan titulares a cuenta de insultar a sus adversarios.
Así que los ciudadanos casi agradecemos que haya algunos políticos modelo Illa, que al menos no nos sobresaltan y no se comportan como navajeros.
Pero ya digo que en cualquier caso este no es el mejor momento para dejar el barco. Vamos por la “tercera ola” de la pandemia, y las cifras de contagios y muertes son demoledoras.
Como el ministro es filósofo no hace falta recordarle lo unida que está la ética de la estética y por tanto no queda nada bien que haga mutis por el foro precisamente en esta tercera ola del Covid en que el Gobierno vuelve a brillar por su ausencia cargando sobre las Comunidades Autónomas la responsabilidad de gestionar la respuesta al enemigo invisible.
Pero a lo que vamos, Salvador Illa se va y realmente nadie le echará de menos. Debía de preguntarse por qué.