La coleta está de moda desde hace poco más de un año.Tengo que reconocer que antes ni me fijaba en los que la llevaban. Ahora cuando voy por la calle me doy cuenta de que proliferan lo mismo que los que llevan la cabeza rasurada con maquinilla de afeitar. Cuando veo a los poseedores de la coleta intento averiguar algo más del que la luce. La forma cómo se la mesa soltándola para captar la atención del público, la goma que utiliza y su brillantez, por limpieza o por exceso de grasa –que de todo hay en el campo de la melena–son demarcadores de la personalidad del que la maneja con mejor o peor fortuna.
Soy consciente de que no me gustan las coletas masculinas. De todos modos respeto a los que las llevan. Para muchos de ellos son un signo de identificación que se suma a las camisas abiertas y remangadas, lisas o de cuadros, y a los pantalones, preferentemente vaqueros o similares, arrastrados formando ondas a nivel del tacón. Es el “uniforme”, el signo de identidad personal, de los nuevos políticos populistas que han irrumpido con fuerza en el siempre complicado mundo de la política donde el bipartidismo campaba a sus anchas sin dejar resquicios, huecos o posibilidades a los que querían penetrar en el deseado mundo de la gobernabilidad ciudadana.
La coleta más significativa en estos momentos en nuestro país tiene el nombre y apellido de histórico socialista: Pablo Iglesias. Es el gran abanderado del populismo y del resentimiento colectivo expresado en la calle. Se considera el asambleario por naturaleza, pero a sus decisiones impregna siempre el sentido del mando y de la fuerza al amparo de los votos, de esos votos que van decreciendo a pasos agigantados, según las últimas votaciones registradas en las redes sociales.
El momento de Pablo Iglesias es menos dulce que cuando las elecciones europeas. El globo comenzó a desinflarse en las autonómicas y municipales. Creo que debería tomarse muy en serio el refrán de la barba del vecino... Y ese vecino del populismo era sus primo/hermano griego Alexis Tsipras, que acaba de dar un golpe político de timón dejando atrás sus signos de identidad callejeros, que le auparon a la presidencia de sus país, para acercarse más y más a los que realmente mandan en Europa.
La coleta de Pablo Iglesias peligra. En el poco tiempo que lleva en la primera línea del activismo político se ha granjeado muchos enemigos. Algunos lo están esperando con las tijeras en la mano para hacer como a los toreros cuando dejan de pisar el redondel y enfrentarse a un morlaco: cortarle la coleta. Y cuando esto ocurra, al igual que le pasó a Sansón, va a perder su fuerza autoritaria.