Sobre la amistad se ha escrito mucho. Elbert Hubard decía que un amigo es uno que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere; otros sostienen que una amistad que termina es que en realidad nunca ha comenzado. El gran Cicerón manifestaba al respecto que el primer precepto de la amistad es pedir a los amigos sólo lo honesto, y sólo lo honesto hacer por ellos.
Sin duda, la amistad siempre ha sido un componente de capital importancia en las relaciones humanas, aunque en los últimos tiempos no sea precisamente un valor en alza. Sin afectos personales compartidos no sería posible una vida sana, ni siquiera mínimamente racional.
Sería una vida miserable. En todo caso, la traición, la hipocresía, la falsedad y otras ruindades siempre han estado presentes en las relaciones humanas, no son exclusividad de esta época. Quizá el hecho diferencial con épocas pasadas es que ahora se han transformado en “virtudes”.
En clave social, las personas que no posean esos antivalores lo tienen difícil para avanzar en sus carreras profesionales. Marx decía que la desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas.
En la sociedad de hoy, donde el consumismo se ha convertido en el redentor de todos los males, lo que realmente cuenta es la capacidad pecuniaria de los individuos para obtener bienes y servicios en el mercado de las cosas.
El abaratamiento de la amistad está directamente relacionado con el mundo de las cosas, que por ende está arruinando todo tipo de vínculo afectivo.
Las relaciones humanas se están transformando en insustanciales, impersonales, frívolas, temporales en muchos casos. La sociedad está secuestrada por un consumismo desaforado, embrutecedor, incluso inmoral, hasta tal punto que la cultura de “usar y tirar” ha sido trasladada al campo de las relaciones humanas. Las personas son cosificadas, usadas como si fueran puros objetos. La diferencia estriba en que no las llevan a un punto limpio, como se hace con los objetos inservibles, sino al punto del olvido.
Muchas veces las amistades se encuentran sin ser buscadas. De pronto aparece una persona que “caen bien”, sea por afinidad de gustos, de ideas políticas, de creencias, de religión, etcétera, y se empieza a transitar el camino de una amistad.
Construir una amistad lleva tiempo, sin embargo, su deconstrucción puede ocurrir en pocos minutos. Sobre todo cuando una de las partes utiliza los “afectos” en un sentido que nada tiene que ver con la verdadera amistad.
Normalmente, cuando esa clase de amistades se rompen terminan sin ninguna explicación a posteriori. El egoísmo, el sentido enfermizo de posesión, la deslealtad, la traición, la ausencia de empatía, son casi siempre componentes explosivos en la insostenibilidad de una amistad.
El desiderátum de la sociedad consumista es relacionar la felicidad, la libertad, incluso la democracia, con el dispendio masivo, las compras incontroladas. Esa falsa idea de felicidad está modificando nuestro código genético cultural.
Toda una serie de conceptos fraudulentos que proporcionan una sensación de “bienestar” irreal, ficticio, virtual, comprado a crédito, es como una especie de droga alucinógena que catapulta a los individuos fuera de la realidad.
Todos estos antivalores se trasmiten a través de anuncios, series de televisión, filmes, etcétera. Son mensajes transversales, casi imperceptibles, con lo cual no son fáciles de detectar.
Son una especie de agentes “tóxicos” invisibles, destinados a alterar el sistema axiológico. Actúan sigilosamente sobre el intelecto del individuo con el propósito de moldear y alterar su conducta. Forman parte de una filosofía que pretende cambiar el modo de pensar y de sentir.
Finalmente, en una relación de amistad siempre existen riesgos ocultos –sobre todo en estos tiempos– que pueden provocar desencantos. Aun así, los amigos son importantes en la vida para llevar una existencia equilibrada. Y nadie es perfecto.
Como dice un proverbio turco: si buscamos amigos sin defectos nos quedaremos sin amigos.