Hoy es un día de alegría largamente contenida. Durante cuatro años las buenas gentes solo pudieron manifestar su estado de ánimo en las calles, diciendo lo que le salía de las razones (o de los otros), sin que ni dios les hiciera caso. Pero hoy no. Hoy, si le peta, puede decirlo formalmente en dos papelitos, meterlos en una urna, y por mucho cabrón que no quiera escuchar, no les quedará más narices que hacer caso a esos papelitos, digan lo que digan. Lo respeto.
Para algunos debe ser algo muy importante pero, la verdad, a mi todo esto me la funga. Hay quienes sostienen que podemos –y debemos– tener disparidad de criterios, porque sino sería un desastre. Esto es una gilipollez como la copa de un pino. Lo inteligente es que podemos –y debemos– pensar lo mismo porque estaríamos de acuerdo. Y si fuéramos tontos y nos equivocáramos, sabríamos que no hay que hacer, y juntos, otra cosa de una puta vez.