Nadie diría que aún falta casi un mes para el principio de la campaña electoral. Los actores del 10 de noviembre han entrado de lleno en la competición, si es que alguna vez la abandonaron. Y nos arrastran a los demás. Ahora, sobre tres grandes ejes de debate. Uno, la estabilidad. Dos, la rebaja de expectativas en la facturación socialista. Y tres, levantamiento del cordón sanitario al PSOE por parte de Ciudadanos.
Gobernabilidad, divino tesoro. La clase política, muy tocada por una cuestión reputacional, parece haberlo descubierto de repente. Este fin de semana todos hablaron del desbloqueo como la razón de mayor cuantía ante la que deben decaer los intereses de partido. Se refieren al bloqueo, como algo que no puede volver a ocurrir de ninguna manera.
En este sentido es reseñable la indisimulable satisfacción de los dos grandes, el que gobierna (PSOE) y el que puede gobernar (PP), respecto al declive de sus respectivos partido-escolta, los que un día quisieron ser hegemónicos en sus respectivos bloques. Me refiero a Ciudadanos, por la derecha, muy castigado por los electores, al menos en las encuestas. Y Podemos, por la izquierda, que se ha partido en dos.
Lo demás es puro partidismo, de campaña en campaña. En el PSOE perdura el discurso de alternativa única al bloqueo –la suya, claro–, pero los sondeos desmienten y desmontan a los guionistas de Sánchez. Pueden haberse equivocado en sus cálculos respecto a una subida en escaños que daban por segura. Tal vez no ha sido un buen negocio crear las condiciones de la repetición electoral para volver a las andadas, a la vista de los dos sondeos publicados este fin de semana, que dan una subida del PP mayor de la calculada al disolverse la Legislatura.
La novedad informativa de la precampaña es la decisión de Cs de levantar el veto al PSOE y escenificar ritos de apareamiento. Los analistas le dan muchas vueltas al ofrecimiento en nombre de la gobernabilidad. Y se preguntan por qué no lo hizo antes. Nos hubiéramos ahorrado una repetición de elecciones y muchos dolores de cabeza. Pero “el pánico hace milagros”, como le ha dicho Sánchez. Una reacción que nos deja en ayunas sobre lo que piensa respecto a las consecuencias del nuevo volantazo de Rivera. Moncloa guarda silencio sobre si la rectificación puede ser la antesala del acierto. Sánchez se esconde en la ironía: “Rivera nos ha levantado el castigo”. Sin aclarar si será para bien o para mal.
A juicio del comentarista, estamos ante la bengala del náufrago, lanzada por un capitán desesperado y con mala conciencia. De ahí esta tardía rectificación, orientada a salvar el barco. La política y la matemática alumbradas en las urnas de abril le señalan como el dirigente político que pudo y no quiso dotar a España de la estabilidad que reclama a gritos desde diciembre de 2015.