cuando se ha cumplido ya sobradamente el tercer año de mandato del gobierno municipal ferrolano que lidera Jorge Suárez, continúa echándose en falta el más mínimo ingrediente en el puchero político local. Al menos en lo que a actividad gestora se refiere, porque lo que a la política de postureo alcanza, Ferrol en Común sigue agregando cuanta especia le cae en sus manos, aun cuando la sustancia que de esta se podría esperar no halle más que un colorido caldo de peregrina ideología estrictamente publicitaria.
Salvado el escollo en el que hasta no hace mucho se escudaba el alcalde de la ciudad para justificar la parálisis que sufre la actividad municipal –léase presupuestos–, lo más evidente que cierto es que ni tan siquiera estos últimos han servido para acelerar, cuando menos levantar el pie del embrague, los muchos y ningún proyectos defendidos, anunciados o comprometidos por el partido localista. El hecho de que una quincena de servicios, entre ellos alguno tan básico como el de la basura, continúen a estas alturas sin contrato o, lo que es peor, sin perspectiva alguna de resolución transcurridos ya tres meses de la aprobación de las cuentas municipales, ejemplifica por sí solo el lamentable sabor del triste plato que se cocina a diario en el consistorio. El puchero es, pues, pobre incluso una vez facilitados sus ingredientes y, al fuego lento –lentísimo– con el que se cocina, pocos albergan ya expectativa alguna de que en algún momento se pueda poner sobre una mesa en la que abunda el pan pero en donde no hay salsa con que mojarlo. Carente por lo tanto de ese plato principal, difícil resulta ya pensar en los postres o el café, aunque no falten ni la caña ni el consabido puro. De este modo, el prometido menú del cambio se parece de hecho más a esas elaboraciones reduccionistas tan características de la nueva cocina que al sustancioso cocido prometido que tanta variedad en carne aportaba como unto se echaba en falta. Los comensales, que no son otros que los vecinos, están por lo tanto lejos de sentirse satisfechos, bien porque la “exquisita” presentación del menú apenas da para un diente, bien porque ya, hartos de tanto esperar el desayuno, han dejado de pensar en la comida y, mucho menos, en la cena. Así, los más hambrientos se han decantado por el forzoso ayuno o bien porque los que todavía confían en un lozano ágape optan por, como hacía el hidalgo viejo de “El Lazarillo de Tormes”, plantar un palillo en la boca por decir aquello de que habían comido y estaben, en cosecuencia, satisfechos. Puestos a buscar símiles para calcular la distancia entre la inanición y la gula, alguno recordará aquello de que “más cornadas da el hambre”.