De las sucesivas remodelaciones hechas en la plaza de Pontevedra-consecuencias inmediatas a la construcción del aparcamiento público-no cabe duda que la actual disfruta del favor vecinal. Ignoro si la presente es más hermosa o mejor lograda urbanísticamente. Sin embargo el acierto ha sido pleno y racional merced a sus puntos de arranque, otros de trasiego y los definitivos para impulsar el tráfico rodado y el movimiento peatonal. Otras veces, por contra, nuestros políticos, ingenieros, arquitectos y ‘’cerebros’’ de buen decir incurren tantas veces en retóricas barrocas que los ciudadanos se encuentran fuera de lugar en sus desplazamientos domésticos.
El lugar, pues, ha dado en parque de hormigón rodeado por frondosos árboles inclinados ante un río con ocho susurros de bosque. Amparado de vientos por las ilustres paredes del Instituto y Escuelas Graduadas y la escultura del profesor Eusebio da Guarda. También asoma el recuerdo de Picasso y su paloma cuando creía en el materialismo histórico y la revolución proletaria... Y acá, mi amigo Petapouco, ha tirado de caradura antisocial-hoy tan de moda-y asienta su humanidad en el espacio vital conquistado. Bancos hechos sobre listones de madera asentados en mesetas de argamasa y respaldos anatómicos. Derecho de conquista para dormir.
Un par de horas después aporta el ágora peripatética por donde discurren abuelos, madres, muchachos y niños. Unos juegan, otros chillan, los de más allá pasean en bici, patines o sillas autopropulsadas. Cafetería. Farmacia para atender a los del ambulatorio o curar el soponcio de una visita a la delegación de Hacienda que acatarra la cartera. El sosiego y la inquietud persisten recalcinantes en el corazón. Mientras adquirimos nuevos hábitos la calle se trastoca en tablado por donde desfilan cómicos que ignoran están representando roles asignados por el casting del destino...