Hace 15 años, Rajoy contó a los españoles las consecuencias de la mayor catástrofe ecológica de nuestra historia usando la metáfora de “los hilitos de plastilina en estiramiento vertical” que salían del Prestige. Ahora, a la misma hora en que Ricardo Costa, exsecretario general del PP valenciano, afirmaba que el PP se financió con dinero negro por orden de Camps, despejaba el presidente una pregunta de Carlos Alsina sobre corrupción afirmando que en un partido de 700.000 militantes puede haber “7, 8, 10, 15 o 20 personas corruptas”. Vamos, que lo de su partido son hilitos de corrupción.
Él sabe que son muchos más, que los imputados por corrupción entre sus filas se cuentan por cientos y que la mera enumeración de los casos que en estos momentos están en los tribunales y que tocan a su partido –Gürtel, Púnica, Lezo, Nóos, Andratx, Brugal, Palma Arena...– no cabrían en las líneas de este artículo. Y como él lo sabe y sabe que lo sabemos y que sabemos que lo sabe, una respuesta así sólo puede darse si uno ha olvidado los límites de la vergüenza o desprecia profundamente la inteligencia de sus conciudadanos.
Sostiene Rajoy que su partido ya ha hecho lo que le correspondía, que es apartar a los encausados. Pero eso, realizado con gran parsimonia en su caso, va de suyo. Olvida que el verdadero trabajo de un partido está en la selección de los responsables políticos y en el control de sus actos mientras ejercen una responsabilidad pública. Porque los corruptos no llegaron al partido en ultraligero ni escondidos en un maletero, como diría Zoido. Fueron escogidos, se les dejó hacer, y se les protegió hasta el instante previo en que se sentaron en el banquillo. Incluso a alguno se le puso alfombra roja de salida con “salarios en diferido en forma de simulación”.
Y lo que es peor, el propio Rajoy puso la mano en el fuego por los corruptos más destacados, señalándolos como “ciudadanos y políticos ejemplares”, manifestándoles su apoyo con un “te quiero, coño” o deseando presidir en España un gobierno como el que Jaume Matas –imputado en una veintena de casos de corrupción y ya condenado por alguno de ellos– presidía en Baleares. Así que Rajoy debería medir un poco más sus palabras, por respeto a los españoles y por respeto a sí mismo.