Según el diccionario de la RAE el miedo es una sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario. La realidad es que hay miedos inducidos por experiencias personales negativas y otros se “fabrican” para asustarnos.
Sin duda, el miedo es un argumento poderoso que con frecuencia el poder utiliza para beneficio propio. Ya se hacía en la Grecia antigua para justificar ciertas decisiones de orden político o militar (Guerra del Penopoleso, de Troya, etc.). Hasta aquí nada nuevo bajo el sol. Lo que ha cambiado radicalmente es la herramienta para comunicarlo –ya no se utilizan los mensajeros de a pie, sino que se transmite por satélites– y la falta de escrúpulos de parte del poder.
Hoy se utiliza el miedo sin ningún recato ni decoro. Para ello se recurre a técnicas de la psicología social, lo cual significa que es un miedo inducido para asustar a un gran número de personas y colectivos.
No hay que olvidar que una población en estado de pánico es más vulnerable que si está tranquila o sosegada, es decir, es más fácil de manejar, de modificar su conducta, de secuestrar su voluntad, en suma, es más factible que se adhiera a la “causa” que promueven los que mandan.
En tiempos de crisis de valores –como los actuales– el uso del miedo es rentable políticamente, se utiliza incluso como pretexto para introducir leyes que van deliberadamente contra la libertad y la democracia, contra el mismo corazón del sistema que dicen defender los que las promueven. Cuando los que mandan quieren impulsar agendas políticas, sociales o económicas que les interesan, siempre recurren al miedo como arma, lo cual se traduce en asustar a la sociedad con una serie de “demonios” que supuestamente la llevarán al caos si no se toman las medidas pertinentes, es decir, si no se pone en marcha un abanico de leyes, todas ellas casi siempre para cercenar las libertades y convertir la democracia en un desecho. En algo residual.
Nos hablan de todo tipo de penurias si nos desviamos del camino trazado por los intereses. Nos dicen que si se rompe un país después vendrá el caos, que no sobrevivirá; que los que abandonen la UE les espera la miseria, nos dicen tantas necedades que nos tratan como si fuéramos menores de edad.
Se “olvidan” de explicarnos que desde hace seis mil años se han roto muchos países, han nacido otros nuevos, han caído imperios, etcétera.
La realidad es que utilizan el miedo para desviar la atención de lo que realmente está pasando, para que el árbol no nos deje ver el bosque. Sucedió con el “Brexit”, nos decían que los británicos, al abandonar la UE, les esperaba el mismísimo infierno, sin embargo, todo indica que la realidad es diferente, que el infierno después de todo no es tan duro.
Vivimos en el miedo –alguien le llamó la civilización del miedo– y en una cultura que lo promueve desde las alturas, desde el poder, además, lo hace con fines interesados, oscuros. El miedo es una emoción que genera comportamientos inusuales, hostiles, divisionistas, en un momento dado nos puede convertir a todos en enemigos de todos, quizá eso mismo es lo que intentan hacer los que lo provocan.
Descontextualizan las palabras, manipulan las noticias o se silencian las que verdaderamente interesan, etiquetan ciertos grupos, alimentan conductas irracionales, la realidad es que nos encontramos ante una situación nunca antes soñada, vista o vivida.
Instalar el desasosiego en la sociedad es peligroso. No hay que olvidar que el miedo es un acicate poderoso para sacar lo peor de cada ser humano, puesto que lo inhabilita para pensar, le nubla los sentidos, por lo tanto, puede llegar fácilmente al fanatismo. Y de este último a la barbarie sólo media un paso.
Cuando una sociedad enfrenta problemas graves –como ahora– tiende a buscar enemigos externos, culpar a los de fuera, no mira hacia dentro, que con frecuencia es donde están los verdaderos culpables.
Al parecer no se quieren ciudadanos que piensen, sino individuos asustados que lo acepten todo. Y ese objetivo lo disfrazan diciéndonos que es para “proteger” nuestras libertades. Grotesco.