ú escribes sobre el hombre en el campo de concentración/yo sobre el campo de concentración en el hombre/en tu caso las alambradas están en el exterior/en el mío anidan en el interior de cada uno de nosotros.
Quiero ver en este poema de Kapuscinski el mensaje que Tilen, nuestro guía, eslavo del sur, nos dejó a todos los que con él viajamos desde Milán hasta la península de Istria en un recorrido por tierras de fronteras cambiantes, permeables, paso constante de distintas civilizaciones que, con sus idas y venidas, han depositado un substrato que ha hecho de los países ribereños del Adriático un magnífico crisol de culturas.
Más allá del goce del viaje, ha sido precisamente este substrato cultural el que he intentado conocer para mejor entender el cómo y el por qué de las impresiones que la codiciada península de Istria puede haber dejado en cada uno de nosotros.
Creo que no es posible percibir el aroma y el sabor de las ciudades de Istria sin posar la vista en los vestigios que han quedado de toda una historia de inimaginables dominaciones. Hasta allí llegó el largo brazo del Imperio Romano y el poder de Bizancio; allí se escuchó el poderoso rugido del león de Venecia; allí buscó el Imperio Astrohúngaro su ansiada salida al mar…allí, en fin, dibujó la guerra fronteras absurdas y “la bora” agitó todas las banderas que uno pueda imaginar.
Es por eso que Istria me evoca la imagen de una mujer hermosa, codiciada por todos y por todos poseída y me hace también intuir el carácter que su magnetismo imprime a unas gentes hospitalarias y amables a las que toda una historia de dominaciones ha obligado a compartir afinidades más allá de las fronteras y de las propias alambradas personales.
Porque no hay fronteras capaces de encerrar la verdadera cultura, he descubierto en Trieste la encrucijada entre oriente y occidente y también la doble identidad de una ciudad multicultural en la que, bajo una apariencia profundamente austríaca, palpita el corazón de Italia; he visto en las ciudades de Pula, Rovinj, Porec y Opatija una Croacia profundamente mediterránea donde los tejados trepan colina arriba desde la bahía y donde el ingenio de las construcciones romanas convive con la exquisita delicadeza de los mosaicos bizantinos y la elegancia austríaca.
He descubierto el corazón verde de Eslovenia en la meseta del Karst, donde la fría y oscura profundidad de las cuevas de Postojna, con su lenguaje misterioso y universal, me han revelado la verdadera pequeñez del hombre, he disfrutado la incontaminada naturaleza en las aguas claras del lago de Bled y en su isla mínima, al pie de los Alpes Julianos; me ha sorprendido el Medievo en Predjama, Radovljica y Skofja Loka; me ha inspirado Ljubljana, hermosa ciudad de nombre impronunciable con sus consonantes líquidas, todo un mundo de sensaciones hídricas y he descubierto en Pirán una Eslovenia asomada a una pequeñísima franja de mar donde los tonos pastel de los edificios, los estrechos callejones y el esbelto campanario de su iglesia me hablaron de Venecia.
Justo enfrente, al otro lado del Adriático, he percibido en Milán, en Padua, en Treviso y en Venecia la convivencia de realidades cercanas con otras más distantes que evocan etapas de un pasado romano, medieval, gótico o renacentista. Y ha sido allí donde, por razones de sobra conocidas en estos tiempos convulsos, he sido testigo de cómo la intolerancia obliga a custodiar con armas algunos de los mayores y más bellos lugares de culto de la cristiandad.
Es por eso que tanto las palabras de Kapuscinski como el mensaje de despedida de Tilen me sirven para reflexionar acerca de las fronteras que hemos cruzado en este viaje: como viajeros nos hemos desplazado de un lugar a otro cruzando líneas invisibles que el hombre ha trazado arbitrariamente y protege con las armas; como seres humanos, solo el tiempo y nuestros actos mostrarán si hemos sido capaces de cruzar las fronteras de la intolerancia y el desconocimiento. Son éstas las verdaderas fronteras que nos encierran y a las que hemos de enfrentarnos para salir al encuentro de las respuestas que dan sentido a la vida.