Me está dando un parraque nivel niñez muy gordo. Ya sabrán que hace unos días se ha estrenado “El Rey León”, pero esta vez bajo diseño de ordenador y no dibujos, porque si los bichos fuesen reales estaríamos viendo un documental de la 2 en vez de la mejor película que ha parido mi infancia. Lo de Félix Rodríguez De la Fuente ya pasó. Ahora le toca el legado (nunca mejor dicho) a Disney para retrotraernos a 1994, cuando yo contaba sólo 6 primaveras y tenía todavía muchas enseñanzas por aprender. Desde que la vida es un ciclo sin fin hasta que no hay que pensar en los problemas: Hakuna Matata! Al loro, esa película de dibujos enseñándonos lenguas africanas. Si es que lo tiene todo...
Yo, junto a un sinfín de millenials, he crecido con este largometraje como referencia de vida, que es mucho decir. Además, como buena hija única que soy, le he echado siempre mucha imaginación a la vida y como sólo contaba con un peluche en forma de tigre, yo lo transformaba en un león y a correr. Mi habitación fue, cientos de veces, la roca del rey donde se presentaba a Simba ante su pueblo. Ese que algún día, lo acogería como heredero de una dinastía que le pertenecía, dijese lo que dijese su tío Skar. Por favor, Skar, siempre en nuestros corazones, porque por muy villano que fuese, no lo ha habido más simpático, mordaz y carismático. Sí, ya lo sé, igual mi discurso muy imparcial no es... Pero es que a día de hoy no se hacen películas así. A nuestros niños en 2019 se les enseñan tonterías, mientras que nosotros valorábamos el peso de nuestra estirpe, el valor de la amistad y la lealtad, la generosidad del amor -ojo, que estoy ya para llorar- y la importancia de asumir nuestro papel en medio del mundo que nos rodea. Con coraje, valentía, reflexión e incluso, pena, por los que ya no están. Me parece un mensaje bastante completo para tratar de introducirlo en las mentes alocadas de unos niños que sólo quieren reír y jugar. Pero caló a fondo y la muerte de Mufasa, aún no la hemos superado. Esto es así.
Les juro que con treinta años, sigo cantando a pleno pulmón “Preparaos”, “Un ciclo sin fin” o “Voy a ser Rey León”. Bastante esfuerzo hago con soportar el que a pesar de los años que lleva en cartel, no haya podido ir a ver el musical dedicado a esta trama. Pero algún día iré, lo juro. Mi paquete de kleenex y yo pisaremos ese teatro, con el corazón temblando como la primera vez. Y que los acordes nos lleven de nuevo a medir un metro desde el suelo...
Pero mientras tanto, sueño con la sesión de la semana que viene, con volver a ver a un padre reflejado en el polvo que custodian las estrellas, y siempre, recordar, quien soy... “Padre, no me dejes. No me dejes...