¿A quién votar?

Alea jacta est, la suerte está echada, y los electores saben que su voto no otorgará mayorías, solo servirá para que las urnas alumbren dos bloques o frentes antagónicos e incompatibles. 
A un lado está el bloque de un posible gobierno cautivo del independentismo y de los herederos del terrorismo, que Rubalcaba bautizó como Frankestein. Enfrente está el bloque de otro gobierno, también posible, apoyado por la extrema derecha, al que sus rivales llaman el gobierno de la involución. Los electores saben que, con la actual correlación de fuerzas, el gobierno de la nación saldrá de uno de estos bloques, salvo que el pacto sea imposible y el país quede abocado a nuevas elecciones.

La disyuntiva es terrible para muchos votantes. “Póngase usted delante de las urnas el 28 de abril, escribió José I. Torreblanca, y dígame qué bloque quiere que lleve a España al enfrentamiento político, a la polarización social y a la fragmentación territorial”. Para este analista –y para otros muchos– ambas opciones están entre lo malo y lo peor, porque “la actual camada de políticos es espantosa. Mediocres, engreídos, cínicos…, con alguna rarísima excepción”, dice Javier Marías, y los socios y posibles alianzas de unos y otros causan preocupación y repugnancia. Hay dudas razonables de que tengan un proyecto para gobernar.  
Poco después de que aparecieron los nuevos partidos que decían encarnar una forma distinta de hacer política, Alfonso Guerra advertía de que en el futuro habrá gente que “sentirá nostalgia del bipartidismo”. En esas estamos ahora cuando el viejo bipartidismo es sustituido por un conglomerado de formaciones, ninguna de los cuales es un valor seguro –ni siquiera un valor refugio– para merecer el voto. 

Dicho esto, las elecciones son el hecho sustantivo de la democracia y el voto es su máxima expresión, inhibirse solo conduce a que otros decidan por ti. Pero el voto responsable requiere que los electores hagan análisis crítico de candidatos y programas para no ser manipulados o sucumbir al atractivo de promesas, tan bonitas como inviables económicamente, y allí donde se encuentre alguna idea valiosa para la gobernanza del país procede depositar el sufragio. Aunque el candidato elegido resulte ser el menos malo dentro de la mediocridad reinante.

Una orientación ante la duda. Hace unos años un personaje de El Roto recomendaba al lector en la jornada de reflexión: “Vote con olfato, no falla nunca”. En versión gallega, vote con sentidiño, un sabio consejo.

¿A quién votar?

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