calmadas las aguas domésticas tras el informe PISA de este año, los expertos comienzan a levantar el punto de mira y a analizar lo que casi todos han considerado como el dato global más relevante: el estancamiento que se observa; o si se prefiere, la atonía en que se han instalado los sistemas educativos de las prósperas sociedades occidentales.
Y así es, en efecto: de los 79 países participantes en las pruebas que promueve la Organización para la Cooperación y Desarrollo económicos (OCDE), sólo siete mejoran resultados en las tres materias que se evalúan (Lectura, Matemáticas y Ciencias, como bien se sabe) y sólo uno, Portugal, es miembro. Al tiempo, sólo otros tantos empeoran. Los demás no han experimentado mejoras significativas desde el comienzo de PISA en el año 2000.
El estancamiento es global, pese a que la inversión por alumno ha crecido un 15 por ciento en una década. La media de la OCDE, sobre todo en Lectura y Ciencias y en especial desde 2012, languidece. Y por lo que alguien, como el sociólogo de la educación Julio Carabaña, pronostica, lo normal es que así siga siendo al menos en los países más ricos; es decir, en la mayor parte de los miembros. ¿Por qué así? ¿Se habrá tocado techo?
Las respuestas de los expertos a tales interrogantes resultan variadas. Hay quien argumenta que los sistemas educativos no se transforman en el corto plazo. Otros atribuyen la falta de progreso a los recortes presupuestarios, a la lentitud con que la enseñanza de competencias, que son las que mide PISA, sustituye a la enseñanza de contenidos.
Alguno no entiende cómo no surten efecto los avances en casi todas las variables que correlacionan positivamente con “las notas” de PISA, tales como estudios de los padres, escolarización temprana y recursos de todo tipo. Y otros mantienen que resulta normal que los países que arrancaron en el año 2000 con resultados medios y altos no hayan avanzado y comprensible, que lo hayan hecho algunos de los que comenzaron con rendimientos bajos.
De interés, finalmente, me parece, la opinión de José María de Moya, en el periódico decano de la prensa educativa, Magisterio, para quien también tiene su influencia no pequeña la invasión de las tecnologías digitales en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Y es que, a su juicio, el uso compulsivo de dispositivos, el acceso recurrente a internet como única fuente de documentación y ese estilo de “navegación de picoteo” conducen a un aprendizaje más epidérmico, menos profundo y menos pausado.
Sea como fuere, ¿merece la pena mantener un ranking como PISA estancado durante tanto tiempo? Lo malo es que, por lo que nos afecta, en España no disponemos de otro sistema de evaluación del sistema educativo. Teníamos, mejor o peor diseñadas, las reválidas que establecía la Lomce. Pero éstas pasaron a mejor vida. Entre todos las mataron.