El espectáculo no da para más. Cansino. La corrala aplaude llena de cinismo. Todo está visto. Demasiado visto. Nada nuevo bajo el sol. Hay camino, pero hay que andarlo, caminante machadiano, se hace andando. Y aquí, en este yermo atónito, se camina poco. Se piensa menos y no se regala nada. Ni siquiera el aire que se respira. Aire abigarrado y entumecido.
Demasiadas marmotas, demasiados soliloquios. Silencio en platea. Nadie habla, porque nadie tiene nada nuevo ni menos interesante que decir. Se ofrece y se divaga, se escucha sin escuchar, sin interés y mezquindad. Zafio espectáculo. Tal vez no merecemos otra cosa como sociedad. Espejo y reflejo de lo que hay enfrente mientras algunos aún se atreven a mirarnos en el espejo de la insolidaridad y el cainismo. España es así.
No nos desafectemos ni tampoco asustemos. La liturgia del Parlamento sigue su camino. Todo está decidido. La suerte se echó hace tiempo. Y habrá que repetir el embiste. Quién gana y quién pierde es un interrogante, pero todos perdemos al final. No pasa nada, como alguien dijo y hoy es aún presidente, y probablemente lo será tras las terceras, éste es un gran país. Pese a todo, pese a los españoles, empeñados en destruirlo de cuando en cuando.
Lástima por los esfuerzos heridos, por el talento tantas veces derramado. Aquí no se prima el talento, se desprecia. Aquí se envidia, se arranca uno el ojo para que el otro lo pierda también, y si puede ser los dos. Así nos va. Realismo. Puro realismo, no seamos necios. Estúpidos ya hay demasiados, a veces incluso sin pretenderlo, otras, sin percatarlo. Las barbas del vecino y el remojo en agua amarga son una dura lección. Es la falta de generosidad y de visión. El sectarismo angosto el que predomina semejante proscenio.
Sinceramente, ¿qué espera el españolito de a pie? Nadie lo sabe. Brindis al sol. Que este es país cansino y somnoliento, acostumbrado a la queja y el reproche y donde pocos son capaces de mirar hacia el lado, el propio y el del otro. Lástima. Cada cual acaba teniendo lo que merece. No hace falta abrigar demasiadas esperanzas.
Los fustes y oropeles del poder son lo que son, no dan más de sí, efímeros, breves y henchidos de soledad y a veces soberbia. Todo se prepara para una nueva liza. La definitiva. La del desempate final. España puede esperar. Eso es lo que sus señorías nos están diciendo y han decidido. El resto, puro teatro, costumbrista eso sí, del malo, del zafio, del peor. Pero es lo que merecemos, así que tribunos y sumos, nos rasguemos vestiduras algunas. No vale la pena. Solo escarnio, o en año valleinclaniano, esperpento. Ay si don Latino y Max Estrella levantaran aquellos cráneos previlegiados que no privilegiados.