Sin duda, la libertad es uno de los bienes más preciados, sin ella la vida de los pueblos sería sórdida, miserable y asfixiante. Para conquistarla se pagó –todavía se paga en muchas partes del mundo– un alto precio. Aunque a veces ocurre que este bien se usa irresponsablemente. Mahatma Gandhi decía, no sin razón, que la libertad no es una licencia para realizar cualquier cosa.
Todo esto viene a colación sobre el uso que hacen de la libertad algunas publicaciones satíricas, una de ellas es la tristemente célebre revista francesa Charlie Hebdo. Primero creó un problema con las viñetas de Mahoma, que, además, tuvieron consecuencias sangrientas. Y ahora se despacha con otra viñeta impresentable, la del Airbus A321, de la compañía rusa Kogalimavia en el cual murieron, debido a una explosión en pleno vuelo, y que tiene todos los indicios de ser un acto terrorista, 224 personas.
Hacer uso de libertad de expresión, utilizando desgracias que puede ser catalogadas de crímenes de lesa humanidad, o burlarse de símbolos que para mucha gente son sagrados, es una manera perversa de “competir” en el mercado del entretenimiento, además de ser un acto grotesco y de mal gusto. Hay quién afirma que estas cosas no ocurren así como así, que detrás de ellas se esconden otros fines, otros intereses, además de la fama y el dinero. Todo es posible.
Sea como fuere, esta manera de usar la libertad de expresión es menesterosa, repugnante, censurable, se disfrazan el insulto, la difamación, la calumnia, como si se tratara de una simple impostura. Obviamente, dentro de la libertad de expresión cabe cualquier cosa, hasta la más indecente. Sucede como con la Biblia, que muchos creyentes la adaptan a sus “sagradas” –nunca mejor dicho– necesidades. Hay demasiada confusión en cuanto al tema de marras. En las revistas satíricas todo es más ambiguo, en ellas es más fácil usar la calumnia y el insulto, puesto que se pueden enmascarar de inocentes viñetas, que es precisamente lo que hace Charlie Hebdo y otras publicaciones dedicadas al humor. Es obvio que sin libertad de expresión no puede haber democracia, en realidad, es una condición sine qua non para su existencia. Aunque el hecho de que exista ese tipo de libertad, al estilo de la revista francesa, no significa necesariamente que estemos disfrutando de una democracia. A lo mejor es solo una espantosa “ilusión”.
Es curioso, pero crean controversias que tal parece que están pensadas para promover estados de hostilidad entre países, razas o grupos étnicos. Toda sabemos que una acción genera una reacción. A veces ocurre que la reacción es desmedida, incluso criminal. Es obvio que están sucediendo cosas extrañas, sobre todo últimamente. Todo se mueve dentro de una zona crepuscular, casi imperceptible, tanto, que incluso es posible que los autores de las viñetas, inconscientemente, sean sólo instrumentos de un plan maestro. ¿Chi lo sa?
En todo caso, la libertad de expresión debería tener unos límites, que no son otros que los que marcan la decencia, la ética, incluso el buen gusto. Cuando se rompen dichos valores, aunque sean invocando la libertad de expresión, estamos caminando sobre un campo lleno de minas, de peligros. En estos tiempos la confusión es de tal magnitud, que ya no sabe quién es quién, ni siquiera cuales son las intenciones reales. La línea roja se está cruzando constantemente. Parece ser que hoy todo es lícito para conseguir un fin, se aplica aquello de que el fin justifica los medios; ese modo de pensar no está siendo la excepción, sino la regla.
El fin pocas veces justifica los medios, si es que alguna vez los puede justificar. Cuando para alcanzar un fin se rompen todas las normas éticas, todas las reglas, todos los principios, mal asunto, algo anda al revés. Desde hace tiempo se habla de la crisis de valores de Occidente, y, sin duda, lo que estamos viendo la confirma.
Charlie Hebdo es un ejemplo de cómo se están rompiendo todos los códigos éticos. Algunas de sus publicaciones no son una expresión de libertad, aunque suenen así, son otra cosa.