APAGAR LA LUZ

Mucho público acogió las tres representaciones en el Rosalía, ciclo principal, ofrecidas por Teatro do Noroeste. Como primicia –texto, dirección e iluminación– la obra de Eduardo Alonso “Último cowboy”. Un drama ácido, demoledor, mordaz, severo y depresivo que aborda la situación entre los heridos EEUU y una Europa a la deriva. Conjunción hemipléjica de la novela del escritor rumano Constantin Virgil Gheorghiu “La hora veinticinco” y el mundo actual que ha perdido su estado de bienestar.

Corriente superficial de una historia dictada al dictáfono para un antiguo amigo hospitalario ciego, Esteban, con las aventuras del héroe Joe Macquena. Después, subterráneamente, reflexiones cáusticas, pero también tópicas, “puede ser el comienzo de una buena amistad”, la desesperanza, el ocaso comunista, la corrupción consustancial con la democracia, las crisis morales y éticas, el catastrofismo sobre la criatura humana y sus instituciones sociales, que el último apague la luz…

En paralelo disección despiadada de la familia –protagonista reñido con hijo y todo Dios–, su soledad angustiosa, la ayuda de una emigrante albanesa que intenta ordenar el desbarajuste doméstico. Carta informando que el destinatario de las grabaciones del western ha fallecido, hijo de la emigrante detenido en su país por droga, atraco a un banco para poder comprar al juez y fiscal. Desenlace de la novela oral y la verdad teatral con duelo que es suicidio.

Brillantísimo Miguel Pernas. Triunfador. Sufre y transmite la ansiedad de un hombre caótico y atormentado. Hay mucho homérico ante situaciones personales agresivas y rotas. No hay salidas salvo un destino ciego que le empuja al sacrificio y su voz profunda, descriptiva, eufórica en protestas y sinsabores. Le acompaña, discreto biombo y eco ponderado de preguntas sin respuestas, una sencilla y candorosa Luma Gómez.

 

APAGAR LA LUZ

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