Hace tiempo que estamos a merced de los intereses económicos. En perpetuidad contamos con el clan de los dominadores y mutiladores de nuestro propio espíritu autónomo. Reconozco que esta situación continuamente me ha angustiado, y así cuando tenía el genio vivo y el juicio débil, concretamente en mi etapa de joven quijote, ya reclamaba otros lenguajes más humanos y otras políticas más sociales. He aquí, parte de lo publicado, en el número 36 (octubre 1995) de la revista de pensamiento, “Iniciativa Socialista”. Por entonces, vaticinaba momentos de dificultades sino mudábamos de aires y recomendaba que “aquellos poderosos dirigentes, que no saben o no aciertan con la política, deben dimitir por estética; porque no se puede seguir practicando el cinismo y la desvergüenza, como un perro en la esquina de una calle, por un plato de hamburguesas de oro”.
A continuación, subrayaba algo que nos implica a todos en mayor o en menor medida, y es a cuidar de los más frágiles de la tierra. En este sentido, hacía hincapié en que los responsables del mantenimiento del orden justo, algo que debe manar de los espaciosos poderes de los Estados (el legislativo, el ejecutivo y el judicial), “promovieran un progreso inclusivo para asegurar a todos, no únicamente a unos pocos privilegiados, una digna calidad de vida”. No es progresista pretender resolver los problemas según el tanto tienes, tanto vales. Ha llegado el momento de desterrar para siempre, de nuestro horizonte ese arcaico decir y modo de obrar, con el reconocimiento de cualquier vida humana por insignificante que nos parezca.
Nos conviene repensar sobre nuestra misión de caminantes; y, en esto, estamos todos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que nacemos cada día, no para destruirlo, sino para construir un cosmos donde todos tengamos cabida. No podemos continuar silenciando a los más pobres. La dignidad humana y el bien colectivo por el que hemos de trabajar, tienen que estar muy por encima del sosiego de algunos que no quieren renunciar a sus inmunidades. Cuando estos principios se ven afectados, es necesaria una corrección de rumbo. Y aunque nos cueste sangre, sudor y lágrimas, hemos de hacerlo. Hay que curar esta penalidad. No podemos estar en paz con nosotros mismos, mientras no activemos el lenguaje del corazón, en lugar del abecedario pensante del don dinero.
En cada país, sus moradores han de hermanarse bajo esa dimensión social, humanizándose responsablemente como una obligación moral, si en verdad queremos ser un linaje en continuidad. Es un hecho que el actual modelo económico y social está fracasado, comenzando por los sistemas de salud y finalizando por la falta de porvenir, con el creciente desempleo juvenil y la ausencia de oportunidades. Cada día son más las personas que están subempleadas o desempleadas, jóvenes que están fuera de las instituciones educativas, que ni trabajan, ni estudian, ni tampoco reciben formación laboral alguna.