Aseguran que aun en las guerras más encarnizadas siempre hay un embajador de un lado que mantiene conversaciones con alguien del otro lado, porque hay que gestionar la posguerra, los armisticios, la inevitable llegada, tarde o temprano, de la paz. Alguien me asegura que, salvando las distancias, por supuesto, algo de eso está ocurriendo entre el Partido Popular y el Partido Socialista e incluso me dan los nombres –no tengo la certificación oficial de la veracidad, pero sí alguna fuente a la que considero fiable– de los interlocutores: se han hecho amigos, desempeñan cargos similares en sus respectivos grupos parlamentarios e incluso comparten el mismo apellido, Hernando y Hernando. Y creo que no se negocia solamente el nombre de quien presidirá el Congreso de los Diputados, sino bastante más.
Cada día crece la sensación de que el PSOE considera inevitable algún tipo de marcha atrás respecto de los postulados inflexibles en el “no” de Pedro Sánchez, y ya son casi multitud las voces socialistas que susurran, y hasta dicen en voz alta, que en algún momento habrá que abstenerse en la votación de investidura de Rajoy si el PP cuenta con el apoyo claro y concreto de Ciudadanos, que ese es otro frente negociador que está abierto. Hablan, como dicen todos ellos, discretamente, sabiendo que no puede llegar el otoño sin que hayamos, entre todos, resuelto el conflicto político más importante que España haya tenido planteado desde que comenzó la andadura hacia la democracia.
Lo que dicen los cenáculos y mentideros es que el propio Rajoy ha llegado a convencerse de que tampoco a él le convienen las posiciones inamovibles, ni ese perfil refractario a los cambios en profundidad que aún parece ser el imperante en las tesis oficiales del PP: hasta ahora, la papela negociadora emitida por La Moncloa y Génova no pasa de ser la expresión genérica, perezosa, de un cierto talante negociador, pero no un camino hacia la negociación en sí misma. Tiene razón Albert Rivera cuando dice que Rajoy tiene que seducir a Sánchez con propuestas concretas, que el socialista pueda esgrimir como propias. Yo diría que hemos de esperar grandes movidas en esta partida de ajedrez que podría prolongarse hasta septiembre.
Claro que la personalidad de los dos principales interlocutores se interpone como un obstáculo para el acuerdo, para algún tipo de acuerdo. Coincidí ayer con el expresidente Zapatero al final de una tertulia en el programa radiofónico de Carlos Herrera. Reconozco haberle criticado bastante, pero, en su día, cuando todos le denostaban, también dije que la Historia acabaría poniéndole en su sitio justo, con lo bueno y lo malo realizado durante su mandato. Ahora reconozco que se ha convertido, al menos para mí, en un ejemplo de buen talante negociador: actualmente en Venezuela; antes, de cara a la desaparición de ETA, e incluso con el propio Rajoy cuanto, al final del mandato del socialista, consensuaron ambos una pequeña ‘reforma constitucional exprés’ del artículo 135.
–Te voy a decir una cosa, presidente (le solté, cuando se apagaron los micrófonos): si tú hubieras sido ahora el secretario general del PSOE, hace meses que tendríamos ya un Gobierno formado en España.
Se limitó a sonreír, con esa sonrisa un poco giocondesca, enigmática y vaga, que a veces se le pone en los labios. Ni se molestó en desmentir lo que le dije: es obvio, y eso es algo que debería hacer meditar a quien corresponda.