Vamos camino del tercer mes tras la celebración de las elecciones legislativas y seguimos con un Gobierno en funciones. Pedro Sánchez no parece tener prisa en amarrar acuerdos con según quien y desde la oposición no se lo ponen fácil. Podemos es caso aparte. Las exigencias de Pablo Iglesias (quiere ser ministro como sea y de lo que sea), le complican mucho la vida a Sánchez visto que no quiere tener en el Consejo de Ministros al jefe de un partido político cuyas ideas están muy alejadas de las suyas. Sánchez sabe que la cuestión catalana va a seguir marcando la temperatura de la vida política española a lo largo de toda la legislatura. Sea cual sea la sentencia del Tribunal Supremo que ha juzgado a los políticos implicados en el “procés”, dicho fallo va a marcar un antes y un después en relación con un problema que entraña el mayor desafío al que se va a enfrentar el Gobierno de España.
Sabido que Podemos y sus socios en Cataluña llevan años alineándose con los separatistas -coinciden en reclamar un pretendido derecho de autodeterminación ¡como si Cataluña fuera una colonia¡ y se han declarado partidarios de celebrar un referéndum- si Sánchez cediera a las pretensiones de Iglesias estaría abriéndole al zorro la puerta del gallinero. Porque lo último de Iglesias, aparcar y olvidarse de cuanto ha dicho y hecho en coincidencia con los separatistas a cambio de una cartera ministerial, no resulta creíble. Y, a juzgar por cómo está dando largas al asunto, parece que Sánchez tampoco se lo cree. El caso es que el horizonte de la investidura sigue sin despejarse porque entre la oposición del centro derecha, de momento, no hay señales de cambio de posición.
Casado se aviene a entrevistarse con Sánchez, pero, de momento no ha cambio en la conocida decisión del PP de votar en contra de la investidura. Más adelante, quizá podríamos llevarnos alguna sorpresa en orden a facilitar una salida al bloqueo político que a todos perjudica. De dónde no se espera un cambio en la rígida y en algún sentido poco práctica decisión de votar “no” a la investidura de Pedro Sánchez, es en Ciudadanos. Albert Rivera ha convertido este asunto en una cuestión que roza lo personal. Que en dos ocasiones haya declinado hablar con Pedro Sánchez, que le guste o no, es el presidente del Gobierno en funciones, transmite una mala señal. De exceso de “hybris” o de inmadurez política. En interés del país, convendría que los políticos no crearan más problemas de los que ya tenemos.