a última palabra de este título podría ser “invertebrada”, en recuerdo de la conocida obra de Ortega que, aun siendo de los años veinte del siglo pasado, refleja circunstancias vigentes a día de hoy.
Puntos de vista en esa obra como la desintegración de la Nación o la escasez de líderes con suficiente talla -para llevar el rumbo- lamentablemente están de rabiosa actualidad.
Después de recorrer más de una veintena de países, de alto como de miserable nivel de vida, continúo sin conocer uno en que tanto se critique internamente a su propio Gobierno, historia, logros o méritos.
La falta de respeto y desprecio a las instituciones y símbolos, que son de todos, como al propio Congreso, la Bandera, el Himno Nacional, o la obsesión de eliminar la palabra España, alimentadas por una minoría -eso sí, ruidosa y televisiva- no deja de ser un sinsentido para la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Días atrás celebrábamos el cuarenta aniversario de las primeras elecciones. Transición, Democracia, vertiginosos cambios, tolerancia, progreso jamás soñado. Circunstancias reconocidas, respetadas y hasta admiradas por un importante número de países; circunstancias criticadas aquí por, los que ni siquiera las han vivido debido a su edad, los mismos grupúsculos de siempre.
No hay duda de que todavía queda mucho camino por recorrer y la imprevista y molesta crisis del 2007, aun no terminada, nos ha venido a recordarlo. Mucho recorrido hasta lograr verdaderas “instituciones inclusivas” que permitan que todas las clases sociales puedan tener su adecuada representación para defender sus derechos e intereses y en consecuencia no se amplíe la brecha social, que crece al mismo tiempo que mejoran los grandes números.
Luz, reconocimiento y respeto a los represaliados, de uno y otro signo, en el pasado y a las actuales victimas del terrorismo, continúa siendo tarea inacabada.
Es de justicia social corregir instituciones con un marcado perfil extractivo como la Hacienda Pública, entre otras, que devora al ciudadano medio y es complaciente con grandes fortunas, la gran banca, determinadas empresas o determinados deportistas profesionales. El déficit no se puede combatir solo con la recaudación impuestos; continúa pendiente la reforma de la Administración Pública y el control del gasto tanto de ésta como de la clase política.
El político tiene que apartar intereses partidistas, enfrentamientos estériles, buscar consenso y asumir su responsabilidad a la hora de tirar del carro del progreso, no descargarla en las empresas y los propios ciudadanos de a pie; la lamentable situación del mercado laboral es una asignatura pendiente e ineludible por más tiempo.
Es evidente que el control del gobierno es necesario y que hay mejoras que no pueden esperar más, es evidente que todas las regiones buscan inversión y están en su derecho a demandarla, pero todavía es más evidente que estas reivindicaciones se deben conducir por los cauces establecidos para ello, respetando la Constitución y la legalidad.
Sin olvidar estas y otras carencias, en una celebración tan especial, también es fundamental recordar lo positivo y logros que tanto esfuerzo han costado al conjunto de los españoles.
Nuestro cambio político y social, empezando por la época de la transición ha sido un caso único, reconocido, admirado e incluso imitado. Nuestras mejoras en protección social, atención sanitaria, infraestructuras, tecnología, competitividad y eficiencia asombran en el exterior.
El proceso de transformación y profesionalización de muchas instituciones públicas como, entre otras, las fuerzas armadas y de seguridad ciudadana es un logro sin precedentes.
El compromiso del Estado en el reparto de la riqueza y vertebración del territorio, afortunadamente, se impone a la insolidaridad de unos pocos, siempre los mismos para los que no merecemos ni el tren.
Las nuevas fuerzas parlamentarias, rompiendo el bipartidismo, lejos de ser un paso atrás, no dejan de ser una herramienta para mejorar y vigilar la acción de gobierno. Logros como la mejora en el sector de los autónomos o el cambio impositivo de los mileuristas son claros ejemplos
Buscar el avance tanto colectivo como individual, que no olvidemos es el objetivo de todos, necesita optimismo, creer en nuestra historia, en nosotros mismos, en lo que nos une -a pesar de las tercas minorías- No olvidemos, por mucho que lo nieguen ellos, una de las teorías y realidades tan viejas como el mundo: la unión hace la fuerza.