En la memoria colectiva de los coruñeses hay dos mujeres, María Pita y la Virgen del Rosario. Cada mes de agosto, la ciudad se engalana para honrar a la heroína que la defendió de las tropas inglesas y al comienzo del otoño venera a su patrona bajo la advocación del Rosario en la Ciudad Vieja que, parafraseando a José María Castroviejo, debe ser paseada con respetuoso silencio.
En la madrugada del día 6 un grupo de coruñeses devotos y amantes de la tradición, liderados por la Asociación Faro de Monte Alto, confeccionaron una alfombra floral para celebrar la fiesta de la patrona. Pero el hermoso tapiz fue barrido con nocturnidad por el servicio municipal de limpieza unas horas antes de la procesión.
Todo indica que, además de nocturnidad, hubo alevosía porque los operarios recibieron “órdenes claras e inequívocas” de sus superiores para eliminar la alfombra, que ratificaron a petición de los trabajadores que no daban crédito al mandato.
Y el gobierno municipal, ¿qué dice? Atribuye el incidente a un error en la cadena de mando de la empresa -la culpa siempre la tienen los otros- que suena a torpe disculpa para justificar semejante tropelía, insólita en Galicia. En su ignorancia no saben que las fiestas patronales forman parte de las señas de identidad de los pueblos.
La prisa para limpiar la alfombra contrasta con la suciedad que se ve en la “ciudad de cristal”, descuidada y llena de pintadas, y llega después de la compra de pisos a un amigo de los gobernantes, del proxecto cárcere y de otras irregularidades que revelan que ni el gobierno municipal puede llegar a más, ni A Coruña puede llegar a menos en la escalada de humillación a que la somete la nueva política.
Por eso, hay mucha indignación en esta ciudad siempre abierta a las corrientes vanguardistas, al progreso y a la modernidad. La tolerancia forma parte de su acervo patrimonial y nada hay más contrario a su idiosincrasia que el sectarismo y la falta de respeto a todas las creencias y formas de pensar y a sus viejas tradiciones y arraigadas costumbres.
No comparto muchas ideas que el politólogo Jason Brennan vierte en el libro “Contra la Democracia”. Pero lleva razón cuando dice que, en democracia, la mayor parte de culpa de lo que pasa la tenemos los ciudadanos que otorgamos el voto con ligereza, sin calcular el desastre que pueden salir de las urnas. Dicho de otra forma, la mejor manera de prevenir la indignación es el voto responsable.