Barcón y Romero en Curuxeiras

Llovía tenuemente, con la misma delicadeza con que pintaba Imeldo Corral, por la calle que lleva el nombre de este. Llovía suave, calladamente, uno de estos días de un verano raro, privilegiado, diría yo, en el NO. (En el resto del país cae plomo, dejé un Madrid flambeado y lo cambié por este espacio nítido, donde la lluvia –encima– higieniza).

Llovía en Curuxeiras, el día de Santiago, y en la Sala de la Autoridad Portuaria me encuentro a Pipo Romero. Esbelto, juncal como en los años aquellos de los jazmines y rosas bravas. Pipo expone acuarelas, tan templadas, tan líquidas (valga el pleonasmo), tan de fijar los momentos de un Ferrol que ya no está, o estando todavía es –por lo tanto– mucho más Ferrol. Se trate de Amboage, del Corral de Chapón (cada vez más caricatura de sí mismo, en demolición continuada), del propio Muelle de Curuxeiras,  cualquiera de nuestros mares, siendo como es uno solo, y Pipo un enamorado de él. Y a mí se me antoja que las acuarelas de Pipo Romero presentan un aquel de paisaje humanizado, también porque en él las figuras (el Marqués de Amboage no cuenta aun contando) apenas sí se dejan ver.

En estos cuadros la gente está integrada, difuminada en un pincel que transfigura, que sujeta las almas (y los cuerpos) hasta hacer de ellos reverberación. La misma que proyecta la lluvia en el asfalto. En alguna acuarela de Pipo Romero. En los Jardines de la Ranita, los mismos que me ven pasar, camino de la exposición de Barcón&Romero. Artífices de un “Verano con arte”.
Para los que huímos de los hornos y recalamos en las playas de estos dos pintores ferrolanos. Y junto a Pipo Romero, Carlos Barcón, a quien dejé el otro día pastoreando peregrinas italianas, camino –justamente– de Curuxeiras.

A quien vuelvo a encontrar en día de orballo, de chover miudiño, de lluvia que es apenas apunte porque, francamente, como en el cuento que le cuento a Pipo hoy, día de Santiago, llueve la mitad.
No en los óleos de Carlos Barcón, nada minimalistas en el tamaño, aunque sí en parte de su temática. Deudora de cierto Turner como pasado por el cedazo impresionista y toques explosivos en lo que se refiere a las combinaciones cromáticas.

Tampoco hay en estos cuadros de Carlos Barcón figuras que llevarse a la vista. Esos personajes, como en el caso Romero, vuelven a estar camufladas bajo unas capas superpuestas donde pueden aparecer casas, o su rastro, aves marinas y barcos como santo y seña o referencias.

Hay en Barcón esa manera de pintar como se ama. La santa voluntad de un pintor que hace mucho que dejó definido su oficio, y lo interpreta al milímetro con un alarde de artista cumplidor. Consigo mismo y, consecuentemente, con los demás. Una exposición que tiene mucho de “must”. Hasta el 4 de agosto, de 11:30 a 13:30. De 19:00 a 21:00. En la Sala de la Autoridad Portuaria.

Llueva o haga sol, si ambas cosas –ya saben– anda o demo por Ferrol.

Barcón y Romero en Curuxeiras

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