Una de las definiciones nos dice que empresario es aquella persona propietaria o contratista de una obra, explotación o industria que concierta los servicios de otras personas a cambio de una remuneración. Es curioso que en estos tiempos tal definición encaje pocas veces con esa realidad.
Hoy la palabra empresario se utiliza con demasiada ligereza, muy alegremente, sin apenas observar su significado real. Está claro que la persona que crea o funda una empresa lo hace para ganar dinero, de otro modo no se metería en tales berenjenales. Pero también es cierto –o al menos lo era– que lo debería hacer jugando limpio, es decir, respetando no solo las reglas legales, sino también las sociales. Las no escritas. No “todo” debería valer para ganar dinero.
La clase empresarial, además de ganar dinero, tiene una gran responsabilidad ante la sociedad, consistente en crear puestos de trabajo que estén razonablemente remunerados, lo cual significa contribuir de forma decisiva al sustento económico de millones de personas y sus familias. Y, en general, a la economía del país. Si la creación de empresas se hace sin tener en cuenta esas responsabilidades, entonces sus dueños caerían en la categoría de simples mercaderes. Por decirlo de una manera suave.
Se dice por activa y por pasiva que hay que apoyar a los empresarios y a los emprendedores. Es cierto. Deberían tener el máximo apoyo legal y material de las instituciones públicas, puesto que la sociedad y el Estado los necesita como agua de mayo. Son necesarios para crear puestos de trabajo, contribuir a la hacienda pública, promover el avance social y tecnológico del país, en suma, siempre que cumplan con sus obligaciones son un pilar imprescindible dentro del actual esquema económico.
El problema empieza –como ocurre en estos tiempos– cuando el empresario no es realmente un empresario, sino un individuo carente de escrúpulos, de valores y de responsabilidad social, que le trae al pairo la sociedad, el país y la legalidad vigente.
Un individuo que solo piensa en él, que sigue la filosofía de Margaret Thatcher cuando ésta decía: la sociedad no existe, solo existen hombres y mujeres individuales (“there is no such thing as society. There are individual men and women…”). Para algunos puede sonar hasta bien, si no fuera por todo lo que implica.
Uno de los grandes problemas de estos tiempos es la ortodoxia del neoliberalismo que lo ha deformado todo. Empezando por el sistema financiero y terminando por el de valores.
Ha creado una corriente de pensamiento que no acepta la justicia social, sino que parte del principio de que solo los más “listos” y los más “fuertes” tienen derechos –ninguna obligación– y que los demás no merecen nada. Sin duda, es un pensamiento brutal. Pero sus seguidores piensan así.
Los llamados mercados –la dictadura de un grupo sobre el resto– están basados en un concepto darwinista, que nada tiene que ver con la filosofía de beneficio/inversión, que es la que crea empresarios responsables y no especuladores de bolsa o individuos que montan empresas fantasmas para enriquecerse rápidamente, sin aportar nada a la comunidad ni al país.
Algunos incluso nunca fueron empresarios, ni siquiera pegaron un palo al agua en sus vidas, sino que se metieron en política para después convertirse en empresarios, aprovechándose como es obvio de sus cargos para llevar a cabo sus cambalaches.
Llamar empresarios a esa tropa es burlarse de la inteligencia y reírse descaradamente de los ciudadanos. Mientras no distingamos los empresarios, los de verdad, de los golfos mal asunto. Es obvio que estos últimos tratan de disfrazarse de personas honradas, hasta de pasar por emprendedores.
Aunque lo único que los diferencia de los delincuentes habituales es que antes de entrar en el “trullo” vestían de cuello blanco.
Queremos suponer que todavía quedan empresarios honestos, que no se disfrazan, que les interesa la comunidad. Aunque al paso que vamos cada día quedarán menos, con lo cual el futuro laboral, además del paro masivo que provocarán las tecnologías, no es muy prometedor. Y si no, al tiempo.