Nuestra sociedad está demostrando poca o nula clarividencia en sus ideas a la hora de aportar soluciones para mejorar la vida de los ciudadanos. Parece como si el hecho de tener unas ideas claras fuese algo fuera de lo normal y no la regla. Así las cosas hallamos que con frecuencia en la política se suelen hacer llamadas con promesas vanas que no se van a cumplir en ningún momento y de un modo especial en los partidos emergentes, que están más interesados en promocionar su pusilánime candidatura, pero sin tener las ideas claras, sino que se observa una falta de preparación psicológica en sus ademanes y vocabulario, que adelantan la premonición de no cumplir nada.
En política es fácil hacer a bombo y platillo innumerables promesas por el simple hecho de hacerlo, a sabiendas de que se tiene pensado hacer lo contrario de lo dicho. Este espectáculo se inicia con suma facilidad y con su particular incidencia en las precampañas y campañas electorales. A la vista hay una muy próxima, las elecciones municipales de la primavera del 2019, en la que los partidos se tirarán los trastos a la cabeza por lograr los mejores resultados y triturando al adversario dialécticamente. Esta falta de tono moderado hace que los resultados no sean los apetecidos por algunos partidos, ni tampoco por las coaliciones postelectorales. El ciudadano vota a un partido con unas ideas claras y el político las interpreta de forma errónea. Los insultos a los partidos se interpretan por el ciudadano como un insulto a ellos mismos, a sus votantes, que quieren el mayor respeto a su sentimiento de optar por una candidatura. Todo lo demás es carecer de la clarividencia de ideas a la hora de afrontar el desafío de estar a la altura de lo que los votantes quieren y desean de sus políticos.
Hoy en día es muy difícil, por no decir que imposible, encontrar un político de oratoria fácil y que logre atraer al votante como se hacía hace algunos años; no voy a decir nombres, no cabrían en este artículo, pero espero estar de acuerdo en el pensamiento con los lectores, acerca de este o aquel candidato que eran magníficos oradores y encandilaban al electorado sin decir una sola frase malsonante, pese a estar horas hablando y convenciendo al público que acudía a escuchar un discurso, que al finalizar se convertía en votos. En muchas ocasiones era complicado elegir a quién votar, porque todos eran magníficos y aportaban soluciones al ciudadano, que es lo que este quiere, no que le compliquen la vida.
De modo que tras esta reflexión, está el hecho palpable de que hoy en día no hay políticos convincentes, no tienen oratoria y de su garganta salen reflujos y gruñidos mal sonantes, cargando contra el contrario, pero sin aportar un programa por el que se va a regir su mandato. Solo es llegar a ocupar el poder por la simple descalificación del oponente y los ciudadanos esperan algo más de sus políticos. No se puede tener una cámara de representantes como si fuera un tugurio barriobajero. Por tanto, hay que tener las ideas claras, a ser posible muy claras.