En 1863, el canciller prusiano Otto Von Bismarck le soltó a un desconcertado embajador español la siguiente frase: “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido”.
La reflexión del “canciller de hierro” tiene su enjundia y la verdad es que en este empeño los que más se esfuerzan en hacer antipática la marca España son los patriotas de vía estrecha que identifican lo español con el uso exclusivo del idioma castellano y con tradiciones seculares, que pueden ir desde la ofrenda al apóstol Santiago hasta las corridas de toros, pasando por el lanzamiento de cabras desde el campanario.
Pero también contribuyen a ello los que se empeñan en imponer consultas vinculantes para encajar o segregar territorios, dando balones de oxígeno a procesos soberanistas que ya estaban en vía muerta.