Sería muy triste volver a caer en los mismos errores una década después de comenzar la crisis económica. En este tiempo, todo se ha puesto en cuestión a la hora de gestionar las diferentes situaciones. Estos difíciles años nos han dejado una gran bolsa de pobreza y de desigualdad social, quedando fuera del sistema millones de familias.
Se ha preferido rescatar al sector financiero con ayudas directas en vez de proteger a las personas. Se ha priorizado el pago de la deuda por delante de cualquier otra cuestión, pasando por encima de nuestros derechos más básicos, como el derecho a la alimentación, a un salario social o renta básica, a la sanidad, a la educación, a un trabajo digno o a una vivienda. Derechos fundamentales pisoteados con la disculpa de la presión ejercida por la dictadura de los mercados financieros y el rescate a la banca. Ya pocos pueden dudar de que es necesario una mayor participación ciudadana activa; de una mayor justicia social, basada en la redistribución de la riqueza así como la construcción de un mundo más justo y sostenible. Palabras y deseos que no pueden quedarse en el cajón de los despachos oficiales, es hora de las realidades.
Recuerdo que cuando era pequeño deseaba saber lo que quería. Ahora soy consciente de lo que no quiero y no quiero vivir ajeno a la realidad más cercana, enfrentándome con compromiso y valentía a las injusticias. Quiero una sociedad civil que no siga pecando de indiferencia ante el dolor ajeno y que se comprometa a ayudar a la construcción de una nueva realidad, basada en la idea del sentido común. Nunca podemos olvidarnos de dónde venimos y de quiénes somos; si lo conseguimos ayudaremos a construir un mundo mejor para las futuras generaciones.