¡Qué bello es el cine!

Recurro, de nuevo, a mis recuerdos de antaño para escribir acerca de una de mis aficiones, que casi llamaría uno de mis “vicios” más arraigados. Me refiero al Cine, así, con mayúscula, ya que considero que verdaderamente es el “Séptimo Arte”. Rememoro aquellas sesiones infantiles, a las tres y media de la tarde, cuyo precio de la correspondiente entrada, sobre una o dos pesetas de entonces,  se llevaba buen parte de nuestra “paga” semanal. Íbamos a aquellas salas donde, embobados, proyectaban una de “vaqueros”, o de “romanos”,  una bélica,  u otra de artistas infantiles, en su mayoría “cantarines”, como Joselito o Marisol. La verdad es que era una gozada, que nos servía después de “guion” para imitar, en nuestros juegos infantiles, las historias que habíamos visionado.
Pasados los años, y sin mermar mi gusto cinematográfico, tuve la suerte de compartir esta arraigada afición con dos de mis antiguos compañeros de profesión periodística como fueron José Torregrosa y Arturo Lezcano. Los tres, junto con un buen número de aficionados tan comprometidos como nosotros, conseguimos impulsar el primer Cine Club de Ferrol, el “Concepción Arenal”, que conseguía proyectar verdaderas obras de arte cinematográficas, al margen de los circuitos comerciales. Es de recordar, ¡cómo no!, la figura de José Luis Sánchez, algo más que un verdadero experto y crítico de cine, que asumió la dirección del club, y puso en marcha muchos Cine Forum, con interesantes coloquios, y consiguió que algún empresario del mundillo  se prestase a organizar, en determinados días, sesiones de lo que entonces se denominaba “Cine de Arte y Ensayo”. 
Fue cuando en Ferrol empezaban a sonar los nombres de los grandes directores y realizadores del cine europeo y americano: Einsestein, Lang, Polanski, Truffaut, Peckinpah, Passolini, Kubrick, etc. que nos hicieron acceder a la verdadera cultura del Cine. Nos enseñaron que la cinematografía no eran solo los actores o actrices que veníamos en la gran pantalla. Nos enseñaron que había un “lenguaje” propio en el cine y lo que eran los planos generales, los planos medios, los primeros planos, los planos americanos, los fundidos, el encuadre, etc. Verdaderamente, de la mano de aquellos compañeros aficionados a la gran pantalla, aprendí, a la vez, como comunicador social que era, la importancia de las imágenes y los sonidos para transmitir mensajes, de cualquier índole, al público en general. Comprendí, incluso, que podía ser un “arma”, política y social, por la posibilidad de manipulación y utilización propagandística, para la conquista de los “corazones y mentes” de las masas. Fue un buen aprendizaje para el futuro.
El panorama cinematográfico que teníamos en el Ferrol y en sus cercanías de aquella época era halagüeño. Para ser una ciudad  que nunca sobrepasó los 90.000 habitantes contábamos con un buen número de salas de proyección, que, si las cuentas no fallan, sobrepasaban la docena y no se veía crisis en las empresas que las regentaban. No obstante, para facilitar la asistencia a las salas, se organizaban jornadas económicas, con precios populares, como entonces se decía. Pero esa será otra historia.
 

¡Qué bello es el cine!

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