arre en los circuitos mediáticos y políticos el grito de Felipe VI en el Congreso contra el riesgo de acabar forjando la España de “unos contra otros”. Unos minutos antes, los parlamentarios independentistas catalanes, vascos y gallegos (ERC, JxCat, CUP, Bildu y BNG) habían escenificado su plantón al Rey con la lectura de un manifiesto antimonárquico.
El texto se titulaba “No tenemos Rey”. Con inmediata apelación a la democracia, la libertad y la república, como si fueran ideas reñidas con el vigente régimen de Monarquía Parlamentaria tras la recuperación de las libertades en 1978. No es verdad que sean incompatibles. Y quienes hacen ostentación de su desprecio a la figura de Felipe VI alimentan irresponsablemente la percepción tóxica de estar viviendo en el país de unos contra otros, en vez de impulsar la “España de todos y para todos”.
El discurso del Rey, con ocasión de la solemne inauguración de la XIV Legislatura (“Es la hora de la palabra”), no fue estrictamente un elogio a la institución que representa. Fue más bien una dosis de recuerdo sobre su compromiso con la democracia, la libertad y la Constitución.
Fue también la exaltación del marco constitucional “como lugar de encuentro para los distintos modos de sentir España”. Y la del Parlamento como marco adecuado para el cultivo de valores tan “republicanos” como el diálogo, la cultura del pacto, la ciudadanía, la tolerancia, el respeto al discrepante, el pluralismo, etc. Lo cual no impidió al Monarca recordar a los representantes de la voluntad popular que están obligados a recuperar la confianza de los españoles en sus instituciones.
Si tenemos en cuenta que la clase política es percibida por la opinión pública como el segundo gran problema nacional, no faltan motivos para que los parlamentarios se den por aludidos. Incluidos los independentistas que ayer manifestaron su aversión al Rey con la lectura de su desapacible comunicado antes de que comenzara la sesión solemne.
Por lo demás, el discurso de Felipe VI estuvo cargo de pedagogía. Falta nos hace explicar de vez en cuando el funcionamiento de las instituciones administrar, así como recordar lo que significa el Parlamento y la figura del Rey (símbolo de unidad y permanencia del Estado). En esa línea también estuvo el discurso previo de la presidenta de la Cámara, Meritxell Batet, una vez señalado el compromiso de la Monarquía con los valores constitucionales, incluido el derecho de otros a criticarla. “Las críticas fortalecen a la institución”, dijo.
Cierto. Le faltó referirse a la malversación de ese derecho. Por ejemplo, la cometida por los fuerzas independentistas (“heredero del franquismo”, dicen del Rey), con expresiones despectivas que nada tienen que ver con el sano ejercicio de la crítica.