estamos asistiendo impasibles a un fenómeno que no puede ser otra cosa que el fin de nuestra civilización. Desde 2010 han desaparecido casi 20.000 bares en toda España. ¿Dónde se toman los señores el vino antes de comer? ¿Dónde queda la gente los fines de semana? ¿Dónde va a ver el fútbol? Pues, al parecer, en los pueblos y en el extrarradio de las ciudades la respuesta en todos los casos es: en su casa. Por lo visto, lo que crece en el sector hostelero son los restaurantes con una capacidad que supera el centenar de personas, en los que cambia el nombre del cartel pero no el estilo de la comida y donde si uno está cerrado se puede ir al de enfrente porque no se notará la diferencia. Estamos perdiendo la esencia.