M;e parece que el presidente del Gobierno y el de la Generalitat ya han comenzado a tomarse la medida; saben qué líneas rojas no pueden traspasarse y, me parece, intuyen hasta dónde hay que emplear la paciencia para que la relación, que nunca será la de un total entendimiento, funcione de la mejor manera posible.
El destino de Torra está, en cierta medida, ligado al de Sánchez: ambos van a sufrir arremetidas de los intransigentes. El president tendrá que procurar no seguir el ejemplo de Puigdemont, que se acobardó ante los ataques de la CUP cuando, el pasado mes de octubre, ya estaba a punto de convocar unas elecciones que hubiesen salvado a Cataluña de la aplicación del artículo 155 y, de paso, de otros muchos males: la CUP y los intransigentes, que son una clarísima minoría incluso entre los independentistas más convencidos, no pueden ser quienes manden sobre lo que vaya a ocurrir o, sobre todo, a no ocurrir, en Cataluña.
Porque Torra tendrá que seguir arriando banderas absurdas. Una de ellas, la ridícula ‘ruptura de relaciones’ con el Rey Felipe VI. Aquello fue un arrebato del que estoy seguro que el hombre que llegó a la presidencia de la Generalitat está ahora arrepentido. Sabe que el Rey no puede renunciar a visitar un territorio que está bajo su Jefatura del Estado. Más vale que aproveche por ejemplo el primer aniversario, a mediados de agosto, del atentado yihadista en Cataluña para unirse al Monarca en la fotografía del luto.
Y Sánchez, el hombre que llegó a la Presidencia del Gobierno, pues lo mismo. Tendrá que hacer lo que los intransigentes del lado de acá llamarán ‘vergonzosas concesiones’. Y bien que lamento tener que incluir entre los ‘halcones’ a un partido que merece mi respeto, como Ciudadanos, empeñado en arrebatarle votos al PP por la derecha,. Una estrategia que puede acabar costándole muy cara a alguien como Albert Rivera.
Es urgente normalizar las cosas. Y declarar proscrito en una parte del territorio nacional a quien nada menos que es el jefe del Estado es un supuesto de anormalidad máxima, que ni el Rey va a aceptar ni el Gobierno central, las instituciones y la sociedad civil van a tolerar. ¿O es que cree Torra que las empresas y la confianza van a regresar con planteamientos como esta tragicómica ‘ruptura de relaciones diplomáticas’?
Cierto que sería deseable algún movimiento también de parte de La Zarzuela. Tampoco deja de ser una anormalidad democrática que el Rey no haya llamado aún a quien, guste o no guste, es el molt honorable president de la Generalitat de Catalunya. “Hablando se entiende la gente”, dijo el padre del actual monarca tras entrevistarse con quien entonces era uno de los máximos representantes del republicanismo independentista catalán. Creo que sí, que hay que dar la espalda a quienes tratan de vetar los contactos con quienes no piensan ni sienten como nosotros.
Me parece que el papel de un gran Rey como Felipe VI ha de potenciarse al máximo --él mismo tiene que potenciarse--, lo cual implica, ocasionalmente, aceptar algunos riesgos, controlables en su mayoría. Pienso que, efectivamente, la crisis del ‘procés’ catalán ha desgastado a las instituciones, comenzando, hasta cierto punto, por la Corona, principal blanco de los disparos políticos de los secesionistas. Torra no es, ciertamente, monárquico y sin duda tampoco quiere ser español; pero son esas dos unas definiciones que han de quedar reducidas a su ámbito personal. No se puede permitir el lujo de tratar de excluir al jefe del Estado de su territorio y que no pase nada. Y creo que ahora ya lo sabe.