Solidaridad y ejemplaridad

La insolidaridad abroga toda posibilidad de sana convivencia en la medida que se niega a reconocernos y socorrernos en el rasgo más universal de la humanidad, la necesidad. “Llevadera es la labor cuando muchos comparten la fatiga”, afirma Homero, y así es. Y en esa medida no cabe sino reprochar a la Europa rica su cerrazón a mostrase en esa virtud con los más desfavorecidos. 

La indignación nos lleva a tildarla de egoísta e insolidaria, no nos falta razón, pero la razón ha de sustentarse en la veracidad de los hechos, es decir, la legitimidad de la crítica para que esta sea honesta. Y la realidad es que España, me centraré en nuestro aciago destino, arrastra, a lo largo de su historia, la rémora de las comunidades ricas contra las menos favorecidas, especialmente vascongadas y Cataluña, que no dejan de exigir: diferencias, privilegios, fueros, es más, independizarse para no cargar con aquellas a las que tildan de pobres. Esta triste realidad es innegable, como también lo es el hecho de ver como lejos de ser criticadas, se las saluda, valora y premia, especialmente por las fuerzas de izquierdas, esas que se autoproclaman progresistas. Prueba de ello es el trato de favor hacia los golpistas catalanes, pese a mostrarse insolidarios y dilapidar en esa triste aventura cientos de millones de euros que ahora exigimos que paguen otros. 

La propia virtud ha de ser el ejemplo de aquellos a los que exigimos ejemplaridad.

Solidaridad y ejemplaridad

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