Paz Santos (Soria, 1958), licenciada en Bellas Artes por la Universidad Complutense y artista de larga y fecunda trayectoria, expone en la galería Ra del Rey, de cuyo grupo forma parte, una obra escultórica, bajo el epígrafe “La otra mirada de Alicia”, título alusivo a que aprender a mirar es la conditio sine qua non para descubrir los muchos ángulos que esconde la realidad y el misterio de las continuas transformaciones y metamorfosis.
Ella puede ver unas raíces de árbol transformándose en pájaro o dibujando la silueta de una danzarina que estira sus brazos en el aire; o puede soñar con las patas de una zancuda pisoteando la tierra; y, si varias de esas raíces o ramas se unen, nace una alto asiento, un “Silla de la reina”, apta para otear lejanías y saltar al infinito. Unos pies, en trance de caminar sobre una tina metálica, hablan de “Los trabajos y los días” o de la larga historia de la mujer, cargando sempiternamente con la anónima tarea de lavar, pulir, fregar, etc. “¿Hacia dónde?” se preguntan otras hermosas piernas y pies femeninos que avanzan como hacia un abismo sobre una banqueta de zinc.
¿Puede un redondo recipiente metálico convertirse en “Fuente de lágrimas”?; pues en tal lo transforma ella, que perfora su entraña para sacarle los llantos congelados de tantas abuelas nuestras, unidas en una cadena invisible de trabajos sin fin. Todos estos objetos que rescata, no sólo recuperan una dignidad escondida, sino que tienen historia, llevan las marcas y melladuras del tiempo, el tacto multiplicado de las manos que los usaron y hablan de las horas que nadie quiere oír, seducidos como estamos por los cantos de sirena de los embaucadores.
Paz incorpora a su lista de materiales nobles: madera, acero, piedra... estos povera, tan lejanos de grandilocuencia, para decirnos que ya es hora de entrañarse, de acercarse al ser humano común, a esos que –según Camus– soportan la historia. También habla de fatuos enaltecimientos, como en los “Tronos del rey”, donde sobre frágiles pivotes de hierro se elevan asientos inestables, para recordarnos la vanidad y estupidez de quienes se encumbran. En “Detrás del espejo” construye una pirámide escalonada en siete niveles que devuelven a la superficie de azogue el equilibrio de sus líneas quebradas.
Y dibuja su Mesa Redonda, el círculo mágico de su “Propia invención”, donde los héroes están ausentes y los asientos yacen esperando la asamblea que cambie el mundo, el Grial transformador. Un elástico felino de bronce “El gato que no atravesó el espejo” es el contrapunto de otras figuras, como el esquemático hombre que aguarda sentado con un signo de interrogación. Pasos perdidos en las aguas matriciales, preguntas, reflejos, signos ocultos... la obra de paz es una indagación abierta sobre el sentido de existir.