Dice Rajoy, dicen sus ministros más próximos que probablemente a finales de mes tendremos gobierno. Un gobierno que, naturalmente, estará presidido por Rajoy e integrado mayoritariamente, se supone, por gentes del PP, aunque con añadidos. O mezclas. Lo malo es que ni Rajoy ni sus cercanos son capaces de explicar, aún, cómo lograrán la mayoría necesaria para que el actual presidente en funciones deje de estar en esta situación provisional y pase a otra algo más definitiva.
Periódico hay que asegura que Rajoy ofrecerá a Pedro Sánchez una vicepresidencia y un Ejecutivo lleno de ministros socialistas (y de Ciudadanos, se supone. Y quizá con toques independientes), un Gobierno de salvación nacional, o de concentración. Y un programa reformista, recogiendo muchos de los puntos reclamados tanto por el PSOE como por Ciudadanos. Dudo que Sánchez pueda aceptar esta oferta, porque es prisionero de sus “no, nunca, jamás” y de la decisión del comité federal socialista vetando cualquier atisbo de algo que suene a una gran coalición con los populares. Así que el PSOE parece condenado a mantenerse en una difícil oposición, compitiendo con Unidos Podemos, y, a la vez, a prestar algunos escaños a la investidura de Rajoy, so pena de que, de no hacerlo, le lluevan las acusaciones de impedir la gobernabilidad de España.
La estrategia del ahora silente Sánchez, intentando culpar a Pablo Iglesias de que no se haya podido formar gobierno hasta ahora y desde el 20 de diciembre, ya no le funciona. Son bastantes, incluso dentro del PSOE, los que culpan a las posiciones inflexibles de Sánchez, a sus coqueteos sin futuro con Podemos, de haber propiciado el crecimiento del PP en las elecciones del domingo.
Y, de hecho, entre los dirigentes socialistas cunde la sensación de que, si hubiera que repetir elecciones, el gran beneficiado sería el PP, que anda tendiendo manos a todos, proclamando los beneficios de la gran coalición. Los cálculos que se manejan en los cuarteles generales de las tres formaciones perdedoras en las elecciones llegan a especular con la probabilidad de que unas nuevas elecciones llegarían a conceder una mayoría absoluta al PP, hartos los ciudadanos de vetos, disputas internas e indefiniciones.
Por eso mismo, y porque cada vez les va a resultar más difícil explicar su incapacidad para llegar a un acuerdo, es por lo que me inclino a pensar que agosto entrará con el buen pie de que ya esté funcionando un gobierno. Eso nos lleva a un julio de negociaciones que serán frenéticas y que nos depararán sorpresas de cierto calibre: desde las cesiones del PP en la busca de acuerdos con Ciudadanos, el PSOE y quizá algún grupo nacionalista, hasta las previsibles marchas atrás de Ciudadanos en su rechazo personal a Rajoy, y del PSOE a abstenerse en la votación de investidura.
Todos tienen que ceder algo para lograr un acuerdo; lo que ocurre es que al PP las torpezas de sus rivales en los meses precedentes le sitúan en una posición de mayor fuerza que cuando, en enero, Rajoy rechazó someterse a la investidura que le ofrecía el rey. Nunca como ahora podrán Rajoy, Sánchez, Rivera y hasta Iglesias mostrar sin son hombres de Estado. Tienen menos de un mes para sorprendernos. Lo que no pueden hacer es dejar que las cosas sigan como están y que quienes se marchen en agosto de vacaciones sigan siendo prisioneros de la incertidumbre. Mira que los españoles hemos pasado por veranos políticamente atípicos; este va a batir todos los récords.