Al borde del precipicio

En 1947, en los inicios de la Guerra Fría, el mundo estaba más amenazado que nunca. Para hacer comprender lo delicado de la situación, un grupo de científicos, que posteriormente darían lugar al Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago, decidieron ejercer la labor de conciencia global sobre lo cerca que estábamos de destruirnos por completo los unos a los otros. Nacía de esta forma el Reloj del Apocalipsis, que se adelanta o se atrasa según se considera que estamos más o menos cerca de las 12 de la noche, la hora final de la humanidad. En su primera presentación en 1947, la aguja estaba a siete minutos de la medianoche. En 1991, con el fin de la Guerra Fría se llegó a colocar a 17 minutos de margen. Hoy en día el reloj no sólo contempla el riesgo nuclear, sino que se valoran muchos otros como el cambio climático o las posibilidades de pandemias. El caso es que en enero del pasado año, los miembros del Boletín colocaron la aguja de nuevo a tres minutos de la medianoche, una posición que mantuvieron en enero de 2016. Sólo en dos ocasiones se ha estado tan cerca de la hora final, y sólo en una se ha superado esta marca. El mensaje es claro: estamos más cerca de nuestra aniquilación de lo que lo hemos estado en décadas, y casi tanto como en los tiempos más oscuros de la escalada nuclear.
Afortunadamente a veces nos encontramos con buenas noticias. Ren21, una organización especializada en la información sobre energías renovables, en su último informe destacaba que en el último año la inversión en instalaciones de este tipo alcanzaba un récord. Este es un hecho muy positivo teniendo en cuenta la fuerte competencia de un petróleo más barato que nunca durante el último ejercicio. Parece que las renovables están firmemente establecidas como una fuente de energía competitiva, sobre todo en los países en desarrollo, que han superado a los desarrollados por primera vez. China, con más de 100.000 millones de dólares invertidos es la punta de lanza. Sin embargo la cruz son los datos de España, donde las eólicas no han logrado mejorar con respecto al ejercicio anterior e incluso la energía solar ha sufrido un retroceso. La incerteza de nuestra legislación no ayuda precisamente al desarrollo de unas energías que no son ya una promesa de futuro, sino una evidencia de presente.

Al borde del precipicio

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