Cuando los medios informan de dimisiones en Atención Primaria, de huelgas, de manifestaciones recurrentes y proclamas de algunos políticos “por unha sanidade pública e de calidade”, alguien podría concluir que la sanidad gallega es un desastre.
Conclusión falsa porque datos publicados sobre la sanidad en las autonomías confirman que el sistema sanitario gallego, con todos sus problemas, es mejor que el de otras comunidades. Galicia es la cuarta comunidad con menos espera en las listas quirúrgicas; en gasto sanitario, 1420 euros/habitante, está en la mitad de la tabla y en número de médicos y enfermeros por 1.000 habitantes roza la media.
A mayores, los hospitales y ambulatorias y sus equipamientos tecnológicos son de primer nivel. Y lo más importante, los profesionales superan la media del resto de España en calidad de atención a los pacientes que cada año son más. El balance asistencial del Sergas impresiona: en torno a 37 millones de actos médicos en Atención Primaria, consultas especializadas, pruebas diagnósticas, urgencias atendidas en Primaria y hospitales, más de doscientas mil intervenciones quirúrgicas…
Con estas cifras es normal que se produzca algún fallo, dramático y lamentable, porque los profesionales sanitarios son humanos, lo que no quita que, según la encuesta “Opiniones y actitudes fiscales de los españoles en 2017” –incluye a los gallegos–, el 67 por cien de los usuarios se muestren bastante satisfechos con la sanidad.
Si esto es así, ¿por qué este servicio público “anda en coplas” periódicamente? Anoten la mala planificación, organización, dirección y control, cuatro funciones elementales de gerencia descuidadas por los gestores. Y reparen en la confluencia de intereses políticos y sindicales -e incluso de profesionales- que utilizan la sanidad para arremeter contra el gobierno gallego, vulnerable por este flanco.
Vulnerable porque los recursos siempre serán escasos para las demandas de atención sanitaria. Hay gente –y mucha– que va al médico de cabecera por costumbre o por pasar el tiempo y muchos pacientes acuden a Urgencias sin patología o con patología que debería ser vista en Atención Primaria.
Es comprensible, pero son formas de abusar y colapsar los servicios sanitarios, de crear-acentuar sus deficiencias, y pueden acabar con la sanidad pública, que es frágil. Que sobreviva en buenas condiciones de calidad depende de todos, de los gestores, de los profesionales y de los usuarios.