España y Francia mantienen en muchos campos una estrecha cooperación en muchos campos, una gran avenencia en inversiones y comercio, una notoria influencia cultural mutua y no pocos intereses comunes en las relaciones internacionales. Tal vez por estas aparentes sintonías, la Asociación de Amistad hispano-francesa y el Real Instituto Elcano han dado a conocer los resultados de un nuevo y tercer estudio conjunto, en esta ocasión sobre las posiciones de las respectivas opiniones públicas ante la realidad que más las une: la común pertenencia a la Unión Europea.
Pero la sintonía se ha quedado en eso: en aparente. O al menos cabe decir que las disparidades son más y mayores que las semejanzas o parecidos, como era previsible habida cuenta de los distintos contextos de partida en la pertenencia al proyecto continental y de los consiguientes distintos niveles de vida.
Así las cosas, la principal diferencia entre españoles y franceses es el mayor entusiasmo de nosotros hacia la UE. Desde antes incluso de la Transición aquí hemos mantenido una actitud muy positiva y quizás algo ingenua hacia la Unión, que en su momento significó el fin del aislamiento internacional.
Al tiempo, las instituciones europeas gozan en España de mayor prestigio que las nacionales, al contrario de lo que ocurre en el país vecino. Mientras que allí la UE es presentada por algunas fuerzas políticas de relieve como responsable de diferentes problemas internos, en España no existen fuerzas políticas con beligerantes posiciones antieuropeístas de partida.
Al otro lado de los Pirineos, además, confían en su Gobierno y Parlamento en mayor medida que en la Comisión Europea y la Eurocámara, al contrario que los españoles, cuya credulidad en las instituciones políticas propias es muy baja; en realidad, entre las menores de la Unión.
Por otra parte, la Historia, el desigual nivel de riqueza y el impacto de la crisis económica explican las diferentes respuestas sobre los principales logros del proyecto comunitario. Para los franceses, cuyo país ha estado sumido en guerras contra otros Estados europeos en múltiples ocasiones, algunas relativamente recientes, la paz es la principal aportación de la Unión Europea.
Sin embargo, en España, que no participó en ninguna de las dos contiendas mundiales y que salvo por la invasión francesa desde el siglo XVI no se ha visto involucrada en guerras continentales, la paz es secundaria frente a otros beneficios, como la posibilidad de vivir y trabajar fuera, seguida por la libertad de movimientos y la moneda única. Las ayudas regionales, de las que nos hemos beneficiado en gran medida, son mucho más apreciadas aquí que allí.
Y así, mientras los franceses desean que la UE sea en primer lugar un instrumento para competir mejor en la economía globalizada, los españoles prefieren que sea una gran distribuidora de riqueza, capaz de igualar las condiciones de vida entre los Estados miembro.